9 jun 2013

Domingo X, REFLEXION Evangelio Semanal


El milagro del servicio
P. Luis J. Tamayo

Lucas 7, 11-17: “En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando Jesús se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: "No llores." Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: "¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!" El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios…”

Este relato del evangelio de Lucas nos habla de un milagro de resurrección que realizó Jesús. ¿Te has preguntado alguna vez sobre los milagros de Jesús? Los milagros de Jesús son los hechos sobrenaturales que se atribuyen a Jesucristo en el curso de su vida terrenal y que han sido recogidos en los Evangelios. Estos milagros se pueden clasificar en cuatro grupos: curaciones (paralíticos, ciegos, leprosos, etc.), exorcismos (curaciones de endemoniados o espíritus inmundos), control sobre la naturaleza (tempestad calmada, caminar sobre el agua, la higuera seca, etc.) y resurrección de los muertos (la niña de trece años de edad, hija de Jairo Lc 8,49-56; Lázaro, el de Betania Jn 11, 38-44 y este relato del hijo de la viuda de la ciudad de Naín (Lc 7, 11-17).
Hoy, el eje del evangelio giraría en torno al milagro de la resurrección del hijo de la viuda de Naín, pero no me voy a centrar en ese milagro, sino en otro milagro que también acontece en este pasaje: un milagro menos llamativo, menos espectacular pero que es un milagro al que todos podemos tener acceso, es un milagro que puede acontecer en lo ordinario de la vida diaria, es un milagro que todos hemos vivido alguna vez, y que cuando lo hemos realizado hemos tocado en nuestras vidas los frutos de una gran felicidad. Estoy hablando del milagro del servicio a los demás, el milagro de dejar de pensar en mi mismo para pensar en las necesidades de los demás.
Miremos como actúa Jesús en el evangelio de hoy. Lo primero que leemos es que Jesús iba rodeado de sus discípulos y mucho gentío. Hablando con unos, escuchando a otros, también un poco el centro de atención de sus seguidores. Su autoestima estaba por las nubes, siendo el centro de atención estaría viviendo el punto álgido de su ego (como los niños en su primera comunión, protagonistas, centro máximo de atención, todas las miradas y cámaras de fotos puestas en ellos… subidón total!). Pero en medio de todo ese ruido es capaz de salir de si mismo y salir al encuentro de la necesidad de una mujer que sufre. Miremos atentamente los verbos que pone el Evangelio: Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: "No llores." Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: "¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!" El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Son todo verbos donde Jesús toma la iniciativa, donde él se pone al servicio y actúa a favor de la viuda.
Nosotros llevamos un ritmo de vida que nos empuja a pensar sólo en nosotros mismos, nos hemos hecho un poco egoístas. Cuando escuchas las preocupaciones de la gente normalmente todas giran entorno a como disfrutar del ocio, como hacer planes que giran en torno a su descanso, a su placer… ahora la gente anda agobiada en que va a hacer en vacaciones, en como enviar a su hijo fuera de campamentos para quitárselos de encima… Es muy raro escuchar algo como: los planes de mi familia para este verano son los de ir de misiones… suena raro… Lo que más suena es: “estoy estresado, necesito desconectar, no puedo con la vida, me voy a hacer un circuito de spa, etc. ¿Es el ocio importante? Claro que si! Yo soy de los que creen que el ocio en la vida es importante y necesario, pero también pienso que no es la solución a la felicidad que todos anhelamos.
Y así como el día a día acaba girando en torno a uno mismo, la fe y la espiritualidad acaba siendo lo mismo: una práctica que acaba girando toda ella entorno a mi mismo y mi propia perfección y santidad. En última instancia una religión vivida así no nos lleva a la felicidad.
El libro del Eclesiastico fue firmado por Kohelet. Son los pensamientos de un hombre que todo lo tenía y descubrió que no era suficiente, Palacios, jardines, esposas, riqueza: toda la felicidad prometida… pero la felicidad no llegaba. A más riqueza más preocupación. A mayor sabiduría, mayor hastío espiritual. Al final su conclusión era “nada tiene sentido, nada tiene sentido”.
Kohelet olvidaba algo que a mi me contó un monje confesor hace muchos años. Este monje recibió una carta de un discípulo que decía algo así: “Me gustaría me ayudara. Cada día me levanto triste y aprensivo. Me resulta difícil rezar. Cumplo con los mandamientos, pero no encuentro ninguna satisfacción espiritual. Voy a la Iglesia pero me siento solo. Me pregunto por el sentido de la vida. necesito ayuda.” El monje le envió una brillante respuesta, sin usar palabra alguna. Lo que hizo fue trazar un circulo alrededor de varias palabras y le devolvió la misma carta. El monje le respondió a su pregunta. Las palabras que había rodeado eran aquellas que giraban todas en torno al ‘YO’. El uso del yo en nuestras conversaciones es llamativo y reiterante: yo hice, yo me sacrifico, yo voy, yo vengo, yo trabajo… eso nos hace poderosos, hombres de éxito… sin embargo eso nos arrebata todas las posibilidades de llegar a una felicidad más plena. La felicidad se encuentra en un reino llamado “NO-YO”. La felicidad no se construye de los éxitos acumulados, sino que se construye de lo que compartimos

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