La Asunción
(P. Luis Jose Tamayo)
El Papa
Pío XII, en la Bula Munificentissimus Deus, del 1-XI-1950, proclamó
solemnemente el dogma de la Asunción de María con estas palabras:
Pronunciamos, declaramos y definimos ser
dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen
María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la
gloria celeste” (DZ. 2333).
El dogma
de la Asunción enseña que la Virgen, al término de su vida en este mundo, fue
llevada al cielo en cuerpo y alma, con todas las cualidades y dotes propias del
alma de los bienaventurados e igualmente con todas las cualidades propias de
los cuerpos gloriosos. Se trata, pues, de la glorificación de María, en su alma
y en su cuerpo, tanto si la incorruptibilidad y la inmortalidad le hubieren
sobrevenido sin una muerte previa como si le hubiesen sobrevenido después de la
muerte mediante la resurrección. (aún no se ha llegado a una solución
definitiva sobre el tema de la muerte de María).
Escribía Pablo VI: “Nuestra aspiración a la vida eterna parece cobrar alas y remontarse a
cimas maravillosas, al reflexionar que nuestra Madre celeste está allá arriba,
nos ve y nos contempla con su mirada llena de ternura” (Discurso, 15?VIII
1963).
CONSECUENCIAS
PARA LA FE Y LA PIEDAD
San Bernardo diría: “Subió al
cielo nuestra Abogada”.
1) Subió al cielo. Orar con María: Lo primero es saber que ella ya
está en el cielo. Es la primera de nuestra raza que está en el cielo. Asunta en
cuerpo y alma, es decir, viva, consciente, siempre madre, siempre a la escucha
de las plegarias de sus hijos. A ella se le puede rezar, se le puede hablar, se
le puede rogar. Ella escucha, ella intercede ante Dios. Orar con María es
posible. Maestra de oración. Cuando no se orar, cuando no me salen palabras,
ella nos abre el camino a su Hijo. Juan Pablo II nos lo enseñó: A Jesús por medio
de María.
2) Nuestra Abogada. Como dirán las oraciones populares: “abogada y
defensora nuestra”. ¿Quien puede temer? Si ella pisó a la serpiente venciendo
en su humanidad, con la fuerza de la gracia divina, al demonio y al pecado. Su
presencia en nuestras vidas ahuyenta cualquier influencia maligna, nos ayuda a
vencer toda tentación. Por eso es importantísimo rezar a la Virgen el rosario,
jaculatorias, etc.
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