"Amor con amor se paga"
P. Luis J. Tamayo
Lucas 13, 22-30: Jesús, de
camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando. Uno le preguntó:
«Señor, ¿serán pocos los que se salven?» Jesús les dijo: «Esforzaos en entrar
por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.
Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y
llamaréis a la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos"; y él os replicará:
"No sé quiénes sois."
Una de las cosas que más me gusta de Jesús es lo clarito que es, de esos
que le llaman “al pan, pan y al vino,
vino”. Jesús en el evangelio de hoy pone de relieve una pregunta
fundamental de nuestra fe, pero que hoy día ha caído en desuso: ¿Qué es
la salvación? ¿Qué dice la doctrina católica de la salvación?". Esta
es una cuestión que, muchas veces eludimos, pues esta relacionada con la muerte
y el más allá.
Hoy sin ir más lejos, por curiosidad, he puesto la palabra en Google y es
curioso que tiene más entradas protestantes que católicas, esto es sintomático.
En el diccionario, literalmente, salvación significa la liberación de un peligro o un
sufrimiento. La palabra contiene la idea de victoria, salud, o protección
frente a una desgracia. Algunas veces, la Biblia usa las palabras “salvo” o
“salvación” para referirse a algo temporal, liberación física, como la
liberación de Pablo de la prisión. O como leemos en algún salmo: “Dios me salvó
de la mano de mis enemigos”.
Ahora bien, en la
teología la palabra salvación se refiere a una eterna liberación del alma.
En los Evangelios, Jesús iguala el ser salvo con la entrada al Reino de Dios
(Mateo 19:24-25). Pero me gusta más la definición que da Jesús en el evangelio
de Juan (Jn17, 1-3): “Así habló Jesús, y
alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu
Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado
sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a
ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo.” El
conocimiento bíblico dista de la noción que nosotros tenemos. Para nosotros
conocer es el encuentro con una persona, para el hebreo “conocer” es un
conocimiento basado en el amor de fidelidad. La salvación, ya no sólo sería el concepto de la entrada en el Reino, sino el proceso de conocimiento amoroso y fiel de Dios.
Así es, nuestra vida, es
el camino del conocimiento de Dios, por medio de la oración y los sacramentos,
hasta llegar a la visión plena (visión beatifica) que será en la vida eterna. Jesús
en este tema de la salvación lo dice claramente: “Esforzaos por entrar por la
puerta estrecha”. La vida cristiana supone un esfuerzo, sacar un rato de
oración asidua, pedir perdón, vivir los sacramentos, estudiar o leer cosas
referentes a nuestra fe, etc.
Si somos sinceros, muchos de nosotros vivimos más con
la preocupación de nuestro bienestar en el presente que por nuestro bienestar
en la vida eterna. El bienestar nos lo venden por todos los lados… que si un
colchón látex, que si estos zapatos con burbujas, que si una aspiradora robótica
que te hace la casa sin tu preocuparte; todo esto está muy bien, todo esto está
encaminado en hacernos la vida más cómoda. Pero sin querer se va creando una
atmósfera que crea toda una mentalidad: la
mentalidad del poco esfuerzo.
El camino de nuestra salvación lo forjamos ya aquí. Por eso, Jesús nos dice que para prepararnos para la
vida eterna (=salvación) hay que entrar por la puerta estrecha: “Esforzaos
en entrar por la puerta estrecha”. Nos engañamos cuando
nos relajamos diciendo, bueno como Dios es bueno, al final siempre me recibirá
con los brazos abiertos.
Si, es verdad
que Dios es amor, pero no podemos olvidarnos de que en el verdadero amor,
Dios, también, es justo. No es una justicia de carácter legal, como la
entendemos en la sociedad, sino es un justicia de carácter personal, es decir,
la autenticidad dentro de la relación entre dos partes, entre yo y Dios. ¿Que
significa que Dios es justo? significa que su relación con el hombre es fiel,
autentica, verdadera y regida por un amor incondicional. Desde este presupuesto
se espera que la respuesta del hombre a Dios sea justa ante él, es decir, sea
en fidelidad, autentica, verdadera y en amor (como dice el dicho popular: “amor
con amor se paga”).