¡La felicidad es alcanzable!
(P. Luis J. Tamayo. Homilía de las Bienaventuranzas para la misa de jóvenes)
El Evangelio de hoy toca la fibra más profunda del ser humano: el deseo de felicidad. Si en un foro de mil personas dices: Levante la mano quien NO quiere ser feliz!... Nadie lo hará… por lo tanto, estamos delante de una realidad universal. Si delante del mismo foro dices: Levante la mano quien SI quiere ser feliz en esta vida!... Todo el mundo la levantará. Por lo tanto, el deseo de todo hombre es alcanzar la felicidad.
Una pregunta interesante es: Si todo hombre tiene el deseo de ser feliz, desde el más pequeño hasta el más grande, desde el africano hasta el asiático… Si es un deseo inserto en lo profundo del corazón de todo hombre, si es el anhelo más autentico que brota del interior del ser humano… Atentos: ¿No será que es el mismo Dios quien ha puesto este deseo en todo hombre? ¿No será que es algo que viene de fábrica? ¿No será que es algo innato y que constituye la esencia del ser hombre?
El deseo de felicidad no es un defecto de fábrica… es lo más bello que constituye al ser humano por dentro, es lo que hace al hombre ser auténticamente hombre. (El animal busca el placer, el hombre busca la felicidad.)
El punto de partida está claro. Todos los hombre tenemos el mismo deseo como algo innato al ser humano. Ahora bien, la siguiente pregunta está en ¿como alcanzar la felicidad?
Este mundo en el que vivimos sabe de este deseo, y por ello nos presenta sus propias alternativas… ¿Qué camino propone el mundo? Hay distintas ofertas de alcanzar la felicidad. El mundo nos dice: para ser feliz tienes que ser multimillonario, para ser feliz tienes que vivir como la “beautiful people” de las revistas del corazón, para ser feliz tienes que ser como un modelo cachitas (para ellos) o tener cuerpo esbelto de botella de cocacola (para ellas)… son caminos que incitan a la imitación… es decir, que si sigues por aquí, si imitas estas formas… se te promete un subidón… pero no lo confundas con la felicidad. Yo recuerdo de chaval que cuando llegaba el fin de semana, salir de fiesta, quedar con los amigos… me subía la adrenalina… pero el domingo por la tarde se acababa todo… había que tocar con la realidad del lunes… se hacía cuesta arriba.
Un chaval me decía que había experimentado como toda su adolescencia vivía como la espuma de una cocacola. Le venía un deseo fuerte por tener una cosa… y se encendía, se obsesionaba, lo defendía con argumentos frente a sus padres… hasta que después de meses lo conseguía… me decía: Tenía un subidón por unas semanas… y de pronto como ya lo tenía conseguido, me calmaba. De pronto, veía otra cosa, y vuelta a empezar con lo mismo. Hasta que me di cuenta que sólo vivía de subidotes temporales. De “momentos de felicidad” que eran el resultado de conseguir cosas.
Entonces hemos de replantear la pregunta anterior, la pregunta correcta es: ¿cómo alcanzar la verdadera felicidad? Jesús, en el Evangelio de hoy nos ayuda a distinguir la “AUTENTICA FELICIDAD” de los “MOMENTOS FELICES”… y todo se basa en la duración y calidad de lo que llamamos felicidad. Lo explicamos:
Hay cosas que te hacen felices por un momento, te alegran el corazón, te traen una sonrisa. Por ejemplo, hace unos años me regalaron por mi cumpleaños una tarta de chocolate que llevaba por encima, hecho en azúcar, una caricatura mía. Me hizo mucha ilusión… me pareció un detallazo. Pero la tarta se acabó y ya está.
Sin embargo, yo me he preguntado mucho ¿cómo ir alimentando una felicidad que se vaya acumulando y enraizando en mi vida?, que no sean sólo algo momentáneo, sino algo que vaya quedando como poso.
Jesús lo explica en las bienaventuranzas de Mateo 5, 1-12: A ver si eres capaz de distinguir la siguiente reflexión: Si te llaman para ir a una fiesta, tienes una felicidad del momento, pero esta toca lo superficial del sentimiento... Cuando acaba la fiesta, esa sensación se acaba. Sin embargo si eres humilde para perdonar una ofensa, la felicidad de la reconciliación se enraíza en lo profundo de tu ser y moldea el carácter de la persona - ¿Cuál es la diferencia? Ir a la fiesta, conseguir el último juego de la play alimenta el hacer o el tener, sin embargo, perdonar, alimenta el SER de la persona. Lo uno es externo al hombre; lo segundo se implanta en el SER mismo del hombre. Lo primero viene y se va. Lo segundo permanece y forma tu personalidad. ¿Se me entiende? Es muy importante alcanzar a distinguirlo, pues en ello nos jugamos nuestra felicidad.
¿Qué camino propone Jesús? Las Bienaventuranzas. Es el camino de poner en práctica unas actitudes que si se viven, a largo plazo, constituyen el perfil y la forma de ser de una persona. Una persona que mantiene la alegría, la serenidad a largo plazo… eso es a lo que Jesús apunta: la sencillez para descomplicar las cosas; el que tiene capacidad de sufrir sin quejarse; el que sabe ser justo; el que no juzga y sabe comprender con misericordia al otro; el que es limpio de corazón y siempre ve bondad en las intenciones de los demás, los que no entran en controversias y buscan la paz, etc.
Dejadme traducir las Bienaventuranzas de Jesús en un lenguaje más moderno, tomándolas de Santo Tomás Moro. Éste es el texto que dejaba escrito poco antes de ser decapitado en la torre de Londres, por orden del rey Enrique VIII. Son las “Bienaventuranzas” que escribía en 1535:
Felices los que saben reírse de sí mismos, porque nunca terminarán de divertirse.
Felices los que saben distinguir una montaña de una piedrita, porque evitarán muchos inconvenientes.
Felices los que saben descansar y dormir sin buscar excusas, porque llegarán a ser sabios.
Felices los que saben escuchar y callar, porque aprenderán cosas nuevas.
Felices los que son suficientemente inteligentes como para no tomarse en serio, porque serán apreciados por quienes los rodean.
Felices los que están atentos a las necesidades de los demás, sin sentirse indispensables, porque serán distribuidores de alegría.
Felices los que saben mirar con seriedad las pequeñas cosas y con tranquilidad las cosas grandes, porque irán lejos en la vida.
Felices los que saben apreciar una sonrisa y olvidar un desprecio, porque su camino será pleno de sol.
Felices los que piensan antes de actuar y rezan antes de pensar, porque no se turbarán por lo imprevisible.
Felices si saben callar y ojala sonreír cuando se les quita la palabra, se les contradice o cuando les pisan los pies, porque el Evangelio comienza a penetrar en su corazón.
Felices los que son capaces de interpretar siempre con benevolencia las actitudes de los demás aún cuando las apariencias sean contrarias. Pasarán por ingenuos: es el precio de la caridad.
Felices, sobre todo, los que saben reconocer al Señor en todos los que encuentran, pues entonces habrán hallado la paz y la verdadera sabiduría.
("El gusto de vivir", de Sto. Tomás Moro)