Hoy
celebramos que Cristo ha resucitado!!
El propósito de esta reflexión no es
tanto decir que Jesús ha resucitado, sino entender el deseo de Jesús de que
nosotros participemos ahora de los beneficios de su resurrección. Lo que le interesa a Cristo es que nosotros
podamos experimentar ahora la resurrección en esta vida. Vivir una vida
resucitada, solo es posible en la experiencia del Amor de Dios! ¿Qué significa para nosotros vivir una
vida resucitada?
Jesús ya dijo algo de ello en la parábola del hijo prodigo: cuando al
final, en el encuentro del hijo pródigo con el padre (Lc 15), después de
abrazarlo, rodearlo de besos y amor, al traerlo a casa dice: “este hijo mío estaba perdido y ha sido
encontrado, estaba muerto y ahora vive”. ¿Cómo puede decirse de un chaval que
estaba muerto y ahora vive? Jesús estaba equiparando la vida del hijo sin la
experiencia del amor de Dios Padre con la muerte, y después tras el abrazo de
amor misericordioso del Padre, el chaval entra en otra calidad de vida.
Hace poco recibí un video en el que
se muestra el amor extremo al que puede llegar un padre por su hijo. Muchos ya
lo habréis visto. Un hijo con parálisis cerebral le pide a su padre que si
podían correr juntos el triatlón que consiste en correr, ir en bici, y nadar
largas distancias. Durísima prueba en la que a los participantes les llaman “ironmen”,
debido a su dureza. Y el padre accede a lo que le pide su hijo, corren juntos
la prueba con lo que supone nadar atados a una lancha zodiac donde viaja su
hijo. Después rápidamente se ve como deja el agua y le sube en brazos rápidamente
a una bici adaptada con un asiento para su hijo en la parte de delante de la
bici. Y exhausto deja la bici y todavía queda la parte más dura de correr un
montón de kilómetros con su hijo en un carrito al que el Padre empuja. Lo
que impresiona del video es el cariño, y el cuidado del padre, y la alegría inmensa
del hijo de llegar a la meta. Se le ve eufórico. Se te saltan las lágrimas. Dentro
de los límites físicos del hijo, éste es capaz de expresar una alegría
indescriptible.
El video me lleva a preguntarme: ¿cómo
llevo yo mis propios límites, mis propias parálisis? Los defectos, mis errores
y los de los demás. ¿Vivo en la intolerancia o experimento un amor resucitado
que no me ata a los límites de la intolerancia?
No es difícil reconocer que lo humano es esencialmente imperfecto. En
nosotros conviven nuestras mejores capacidades con lo frágil, lo feo y lo
enfermo. San Pablo lo dice: “llevamos
este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan
extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Atribulados en todo, más
no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no
aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de
Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo”. (2
Cor 4,1-10).
El barro afea la vida hasta el punto
de enfadarnos por ser barro. Desearíamos extirpar de nuestra vida todo lo que
la hace débil, lo que nos hace sufrir. Pero tenemos que admitir que negar nuestra propia debilidad es negar
nuestra propia identidad humana, y éste es
el camino más corto para la infelicidad, la desdicha y la
intransigencia. Negar mi debilidad es el camino para volverme insoportable y
hacer insoportable la vida a los que me rodean.
Imaginaros al padre del video
riéndose de los sueños de su hijo. “Pero que dices borrico: ¿Cómo vas a
correr la maratón si eres un tullido, un paralítico, un incapacitado?”. No
estaría mintiendo, pero estaría destrozando los sueños y las ilusiones de su
hijo. A veces con nuestro realismo y nuestra sinceridad, dañamos, destrozamos,
matamos. Esta mentalidad no habla de resurrección. Nuestra exigencia asfixia. Esto
no sabe a resurrección.
Bendita mirada la del padre que es
capaz de comprometerse con su hijo y poner
lo que está de su parte para equilibrar los límites del otro. Bendita
mirada la del padre de la parábola del hijo pródigo que ve en el hijo perdido y
pecador la esperanza de una vida nueva. No lo hecha de casa, al contrario se
merece más amor, más abrazos, una verdadera fiesta. Este tipo de amor es capaz
de resucitar a un muerto!! La gente más conflictiva y más insoportable es la
que más amor necesita. Y eso lo olvidamos. Nos vamos con quien espontáneamente
me llevo bien. Y los simpáticos están siempre rodeados de amigos y de
atractivos planes. ¿Pero quién amará a los feos, a los enfermos, a los que no
nos caen bien? La resurrección nos invita a amar a quien menos lo merece,
porque es quien más lo necesita.
Vivir la resurrección es aprender a reconciliar
los límites y los aciertos. Las
virtudes y los defectos propios y de los demás. Pues en nosotros convive
el trigo y la cizaña, la sonrisa más bella y más franca, con la
ambigüedad y la doble intención. El interés egoísta y la gratuidad.
Convive el ángel y el demonio. Jesús mismo nos muestra en su humanidad su fatiga
junto al pozo de Jacob, y su vitalidad en las bodas de Caná. En Él vemos la fiesta
entrando a Jerusalén el domingo de Ramos y también su rabia en el templo
expulsando a los mercaderes. En Él encontramos el fracaso de su muerte en cruz,
y su victoria gloriosa en la mañana de Pascua.
Que bueno si en nosotros también hay algo de “bipolares”. Es el papá en traje
y corbata de trabajo que luego da gritos y saltos eufórico porque su equipo
mete gol… es el padre responsable que se sienta a hacer los deberes con sus
hijos todas las tardes y luego se transforma en el rebelde en un concierto de rock.
Es la formalidad del alzacuellos y las zapatillas nike fosforito para salir a
correr media marathon.
Convivir en esta
pluralidad nos habla de resurrección. Y
esa pluralidad nos hace comprensivos con las imperfecciones de los demás. Feliz elasticidad que nos hace sitio a todos.
Feliz amor resucitado que acepta la diferencia de los otros. No hay una única
forma de acercarnos a Dios, o de amar, o de vivir, o de ser familia. Gracias a
Dios no hay un único sabor, una única música, un único deporte. Hay una
variedad muy amplia. Pero eso nos tiene que ir asemejando a Dios que hace salir
el sol para todos, los buenos y los malos. Que nos ha preparado un sitio en su
casa, en la que hay muchas estancias, para celebrar el banquete definitivo y
glorioso. Este estilo de vida si que sabe a resurrección.