21 mar 2014

II CUARESMA

Mateo 17, 1-9
La naturaleza divina de Cristo nos habla de nuestra gran dignidad.
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: -«Señor, ¡qué bien se está aquí! Sí quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: -«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.» Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: -«Levantaos, no temáis.» Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: -«No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

Recordaros que estamos haciendo un recorrido de los evangelios de la Cuaresma 2011 con un hilo conductor.

En estos dos primeros domingos descubrimos el significado de la profesión de fe en Cristo Jesús como verdadero hombre y verdadero Dios, según hacemos en el credo de la Iglesia.
En este domingo en el que leemos el evangelio de la Transfiguración de Jesús, confesamos que se trata, nos sólo del hombre verdadero que veíamos la semana pasada, sino también del Dios verdadero. El Credo de Nicea lo expresa así: “Creo en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho” y después sigue confesando la fe en la encarnación, muerte y resurrección de Cristo.
La transfiguración nos habla de una forma especial de su naturaleza divina: “Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Como dice San León Magno, en la Transfiguración, Jesús “revela la excelencia de la dignidad escondida” tras su humanidad. Éste fue un momento culmen, un momento especial, pero hay que decir que la vida de Jesús de Nazaret, desde su concepción hasta su Ascensión al Cielo, es toda ella una prueba de su divinidad. Su nacimiento, su estilo de vida, su mensaje, su amor por los que sufren, los milagros que salen de sus manos, su muerte en la Cruz, su resurrección y su marcha al lado del Padre, son pruebas tangibles, tocables, de su divinidad.
La belleza de la dignidad humana, el resplandor de la verdad del hombre lo vemos en este pasaje del Evangelio. Aquí vemos como la raza humana muestra en Cristo su grandeza con tal brillo que queda como punto de referencia para siempre. Por eso Dios-Padre dice en el mismo pasaje: -«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.» Pero no olvidemos que en el Hijo nos encontramos todos los seres humanos. En Él nos miramos como a un espejo. Su grandeza es la nuestra, la belleza de su vida es el parámetro de la nuestra.
La divinidad se manifiesta y brilla en el “plus”, en el “extra” que supera toda mediocridad humana. Ahí es donde brilla la grandeza del hombre. La heroicidad movida desde el amor, es lo que revela la grandeza de la dignidad humana, es lo que hace resaltar nuestra naturaleza divina.
Leemos del beato abad Elredo que en Jesús descubrimos “aquella admirable paciencia con la que entregó su atractivo rostro a las afrentas de los impíos, (…) con la que sometió su espalda a la flagelación, (…) aquella paciencia con la que se sometió a los oprobios y malos tratos (…)”.  En medio de esta admirable muestra de caridad Jesús pronuncia las palabras del perdón “Padre, perdónalos”… Un hombre pudiera alcanzar la generosidad del perdón… pero ¿dónde vemos resplandecer la grandeza de su naturaleza divina?  El beato continúa diciendo: ¿Quedaba algo más de mansedumbre o de caridad que pudiera añadirse a esta petición? Sin embargo, se lo añadió. Era poco interceder por los enemigos; quiso también excusarlos. ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen’.

Es ese ‘extra’ lo que habla de cómo la naturaleza humana está sostenida por la divina. Es allí donde lo humano no llega, pues está apunto de tirar la toalla, cuando sale la fuerza para algo más… eso es lo divino, ese “algo más” que irradia el esplendor de un amor extraordinario. Esa milla extra, es lo que ilumina la verdadera identidad divina del hombre Jesús (y en él la nuestra). Lo nuestro es cansarnos a medio camino, lo nuestro es perder la paciencia, pero cuando Él viene en ayuda de nuestra flaqueza y nos hace caminar más allá de lo inesperado, cuando nos hace caminar un poco más cuando llegamos a un límite, cuando no sólo perdonamos sino que también excusamos, ese “extra” nos habla del Amor de Dios obrando en la humanidad. Eso es lo que hace resplandecer la dignidad del hombre. ¿Ejemplos? Madre Teresa de Calcuta, Gandi, Martin Luther King, los frailes benedictinos que vimos en la película “De dioses y de hombres”… ¿Y tú?

I CUARESMA


El Recorrido de los evangelios de la Cuaresma 2011:Las Tentaciones, la Transfiguración, La Samaritana, El ciego de nacimiento y La resurrección de Lázaro. Cinco homilías que tengan un hilo conductor:
- Los dos primeros domingos: vamos a entender la necesidad de la profesión de fe en Cristo Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, según profesamos en el credo de la Iglesia. - Los tres siguientes domingos: una vez profesada nuestra fe en el verdadero Hijo de Dios, el verdadero Salvador, entonces vemos tres encuentros en donde el hombre, cada uno de nosotros, se sitúa en su verdadera necesidad de Cristo. Jesús, hombre y Dios verdadero, viene a liberarnos de las ataduras a los engaños de este mundo y dar la verdadera respuesta a todo hombre: La sed de amor (corazón) de la Samaritana y que todos tenemos; la búsqueda de luz de la verdad (mente) del ciego de nacimiento, y la necesidad de soltar las ataduras (la voluntad) de Lázaro.
Hoy, primer domingo de Cuaresma, tenemos el evangelio de las Tentaciones (Mateo 4, 1-11). Este año, no me voy a detener tanto en desarrollar las tentaciones, sino en el significado de las tentaciones como la expresión de la dimensión humana de Cristo-Jesús.
En el credo de la Iglesia, cada domingo profesamos que Jesús es Cristo, es decir, que fue verdadero hombre y verdadero Dios. El problema en los primeros siglos fue creer que Jesús era el verdadero Dios, pues lo habían visto como hombre. Más tarde, con la distancia del tiempo desde la Encarnación, el problema fue creer que él fuera verdadero hombre, pues Dios no podía limitarse en una humanidad, Dios no podía abajarse en la carne pecadora del hombre.
Hoy vamos a detenernos en la humanidad, y el domingo que viene con la Transfiguración, en su divinidad, las separamos aunque son una inseparable realidad.
Los santos Padres desde la antigüedad ya decían que como gesto de humildad Cristo ocultó su divinidad tras su humanidad. Lo primero que vemos en Jesús es su humanidad, nos cuesta alcanzar a ver su divinidad tras su ser hombre. Pero detrás de la cortina de ser hombre está su identidad divina. Pero en realidad, su "humanidad" sirvió para revelar su "divinidad": su Persona de Verbo-Hijo; no tanto para esconder sino para revelar su identidad de Hijo de Dios.
Vamos a centrarnos en la dimensión humana de Jesús y lo que hoy nos quiere decir a nosotros:
Hoy leemos que Jesús fue llevado al desierto “y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre” (Mateo 4, 1-11). Después de esta frase se relatan las tentaciones, y esto nos revela el verdadero signo de su humanidad.
Jesús experimentó el cansancio, el hambre y la sed. Así leemos: "Y habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al fin tuvo hambre" (Mt 4, 2). Y en otro lugar: "Jesús, fatigado del camino, se sentó sin más junto a la fuente... Llega una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dice: dame de beber" (Jn 4, 6). Jesús tiene, pues, un cuerpo sometido al cansancio, al sufrimiento, un cuerpo mortal. Un cuerpo que al final sufre las torturas del martirio mediante la flagelación, la coronación de espinas y, por último, la crucifixión. Durante la terrible agonía, mientras moría en el madero de la cruz, Jesús pronuncia aquel su "Tengo sed" (Jn 19, 28), en el cual está contenida una última, dolorosa y conmovedora expresión de la verdad de su humanidad.
Volviendo al relato de las tentaciones: ¿Quién de nosotros no es tentado? La tentación es el signo más creíble de nuestro ser humano, pues pone de relieve la flaqueza y debilidad, en definitiva, nuestra condición humana. Las tentaciones, el cansancio, el desaliento, la flaqueza, los errores… son un capitulo que yo retiraría del libro de mi vida… es algo que muchas veces me cuesta aceptar de mi propia vida. Cuando cometo un error, muchas veces no me lo permito y me hago intolerante conmigo mismo. Cuando experimento al debilidad me hago escrupuloso. Cuando tomo una decisión y no las tengo todas claras le estoy dando vueltas mil veces, ¿lo hice bien o no? ¿era esto o lo otro?... En el fondo me gustaría vivir sin todo esto… en el fondo me gustaría no ser humano… el perfeccionismo que llevamos metidos dentro es un orgullo atroz de falta de aceptación de mi humanidad. Mi orgullo me impide ver mi humanidad, no acepta que pueda cometer errores, o descubrirse mi debilidad.
Dios asume la humanidad en Cristo, Dios acoge la humanidad y con ello nos dice que está muy bien ser hombre, que estamos bien hechos (Gn 3, 16-31 "Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien"). En la humanidad de Cristo descubrimos la belleza de todo un Dios que quiere, asume, y decide que ser hombre es lo más grande.
Jesús fue igual al hombre en todo excepto en el pecado. Ser tentado no es pecar. Una cosa es ceder a la tentación, consentir, y otra es ser tentado. Ser tentado no quita belleza al ser humano, caer en la tentación y consentir el pecado nos conduce a la mediocridad y degradación del ser humano. Pero gracias a Dios, en Cristo se nos ha dado el remedio a la tentación de la mediocridad mediante la oración; sólo desde el acto de rendirse a Dios uno puede salir victorioso de la tentación. La gracia divina, que se adquiere por la oración, fortalece la humanidad. En el relato vemos a Jesús, que frente a la tentación, cita la Palabra de Dios, pone la oración por delante… y ahí en la debilidad de su humanidad, nos demuestra la grandeza del hombre, la victoria sobre la tentación.

Su "humanidad" sirvió para revelar su "divinidad": su Persona de Verbo-Hijo. Esto es a lo que estamos llamados todos nosotros.