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21 mar 2014

II CUARESMA

Mateo 17, 1-9
La naturaleza divina de Cristo nos habla de nuestra gran dignidad.
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: -«Señor, ¡qué bien se está aquí! Sí quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: -«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.» Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: -«Levantaos, no temáis.» Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: -«No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

Recordaros que estamos haciendo un recorrido de los evangelios de la Cuaresma 2011 con un hilo conductor.

En estos dos primeros domingos descubrimos el significado de la profesión de fe en Cristo Jesús como verdadero hombre y verdadero Dios, según hacemos en el credo de la Iglesia.
En este domingo en el que leemos el evangelio de la Transfiguración de Jesús, confesamos que se trata, nos sólo del hombre verdadero que veíamos la semana pasada, sino también del Dios verdadero. El Credo de Nicea lo expresa así: “Creo en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho” y después sigue confesando la fe en la encarnación, muerte y resurrección de Cristo.
La transfiguración nos habla de una forma especial de su naturaleza divina: “Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Como dice San León Magno, en la Transfiguración, Jesús “revela la excelencia de la dignidad escondida” tras su humanidad. Éste fue un momento culmen, un momento especial, pero hay que decir que la vida de Jesús de Nazaret, desde su concepción hasta su Ascensión al Cielo, es toda ella una prueba de su divinidad. Su nacimiento, su estilo de vida, su mensaje, su amor por los que sufren, los milagros que salen de sus manos, su muerte en la Cruz, su resurrección y su marcha al lado del Padre, son pruebas tangibles, tocables, de su divinidad.
La belleza de la dignidad humana, el resplandor de la verdad del hombre lo vemos en este pasaje del Evangelio. Aquí vemos como la raza humana muestra en Cristo su grandeza con tal brillo que queda como punto de referencia para siempre. Por eso Dios-Padre dice en el mismo pasaje: -«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.» Pero no olvidemos que en el Hijo nos encontramos todos los seres humanos. En Él nos miramos como a un espejo. Su grandeza es la nuestra, la belleza de su vida es el parámetro de la nuestra.
La divinidad se manifiesta y brilla en el “plus”, en el “extra” que supera toda mediocridad humana. Ahí es donde brilla la grandeza del hombre. La heroicidad movida desde el amor, es lo que revela la grandeza de la dignidad humana, es lo que hace resaltar nuestra naturaleza divina.
Leemos del beato abad Elredo que en Jesús descubrimos “aquella admirable paciencia con la que entregó su atractivo rostro a las afrentas de los impíos, (…) con la que sometió su espalda a la flagelación, (…) aquella paciencia con la que se sometió a los oprobios y malos tratos (…)”.  En medio de esta admirable muestra de caridad Jesús pronuncia las palabras del perdón “Padre, perdónalos”… Un hombre pudiera alcanzar la generosidad del perdón… pero ¿dónde vemos resplandecer la grandeza de su naturaleza divina?  El beato continúa diciendo: ¿Quedaba algo más de mansedumbre o de caridad que pudiera añadirse a esta petición? Sin embargo, se lo añadió. Era poco interceder por los enemigos; quiso también excusarlos. ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen’.

Es ese ‘extra’ lo que habla de cómo la naturaleza humana está sostenida por la divina. Es allí donde lo humano no llega, pues está apunto de tirar la toalla, cuando sale la fuerza para algo más… eso es lo divino, ese “algo más” que irradia el esplendor de un amor extraordinario. Esa milla extra, es lo que ilumina la verdadera identidad divina del hombre Jesús (y en él la nuestra). Lo nuestro es cansarnos a medio camino, lo nuestro es perder la paciencia, pero cuando Él viene en ayuda de nuestra flaqueza y nos hace caminar más allá de lo inesperado, cuando nos hace caminar un poco más cuando llegamos a un límite, cuando no sólo perdonamos sino que también excusamos, ese “extra” nos habla del Amor de Dios obrando en la humanidad. Eso es lo que hace resplandecer la dignidad del hombre. ¿Ejemplos? Madre Teresa de Calcuta, Gandi, Martin Luther King, los frailes benedictinos que vimos en la película “De dioses y de hombres”… ¿Y tú?

I CUARESMA


El Recorrido de los evangelios de la Cuaresma 2011:Las Tentaciones, la Transfiguración, La Samaritana, El ciego de nacimiento y La resurrección de Lázaro. Cinco homilías que tengan un hilo conductor:
- Los dos primeros domingos: vamos a entender la necesidad de la profesión de fe en Cristo Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, según profesamos en el credo de la Iglesia. - Los tres siguientes domingos: una vez profesada nuestra fe en el verdadero Hijo de Dios, el verdadero Salvador, entonces vemos tres encuentros en donde el hombre, cada uno de nosotros, se sitúa en su verdadera necesidad de Cristo. Jesús, hombre y Dios verdadero, viene a liberarnos de las ataduras a los engaños de este mundo y dar la verdadera respuesta a todo hombre: La sed de amor (corazón) de la Samaritana y que todos tenemos; la búsqueda de luz de la verdad (mente) del ciego de nacimiento, y la necesidad de soltar las ataduras (la voluntad) de Lázaro.
Hoy, primer domingo de Cuaresma, tenemos el evangelio de las Tentaciones (Mateo 4, 1-11). Este año, no me voy a detener tanto en desarrollar las tentaciones, sino en el significado de las tentaciones como la expresión de la dimensión humana de Cristo-Jesús.
En el credo de la Iglesia, cada domingo profesamos que Jesús es Cristo, es decir, que fue verdadero hombre y verdadero Dios. El problema en los primeros siglos fue creer que Jesús era el verdadero Dios, pues lo habían visto como hombre. Más tarde, con la distancia del tiempo desde la Encarnación, el problema fue creer que él fuera verdadero hombre, pues Dios no podía limitarse en una humanidad, Dios no podía abajarse en la carne pecadora del hombre.
Hoy vamos a detenernos en la humanidad, y el domingo que viene con la Transfiguración, en su divinidad, las separamos aunque son una inseparable realidad.
Los santos Padres desde la antigüedad ya decían que como gesto de humildad Cristo ocultó su divinidad tras su humanidad. Lo primero que vemos en Jesús es su humanidad, nos cuesta alcanzar a ver su divinidad tras su ser hombre. Pero detrás de la cortina de ser hombre está su identidad divina. Pero en realidad, su "humanidad" sirvió para revelar su "divinidad": su Persona de Verbo-Hijo; no tanto para esconder sino para revelar su identidad de Hijo de Dios.
Vamos a centrarnos en la dimensión humana de Jesús y lo que hoy nos quiere decir a nosotros:
Hoy leemos que Jesús fue llevado al desierto “y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre” (Mateo 4, 1-11). Después de esta frase se relatan las tentaciones, y esto nos revela el verdadero signo de su humanidad.
Jesús experimentó el cansancio, el hambre y la sed. Así leemos: "Y habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al fin tuvo hambre" (Mt 4, 2). Y en otro lugar: "Jesús, fatigado del camino, se sentó sin más junto a la fuente... Llega una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dice: dame de beber" (Jn 4, 6). Jesús tiene, pues, un cuerpo sometido al cansancio, al sufrimiento, un cuerpo mortal. Un cuerpo que al final sufre las torturas del martirio mediante la flagelación, la coronación de espinas y, por último, la crucifixión. Durante la terrible agonía, mientras moría en el madero de la cruz, Jesús pronuncia aquel su "Tengo sed" (Jn 19, 28), en el cual está contenida una última, dolorosa y conmovedora expresión de la verdad de su humanidad.
Volviendo al relato de las tentaciones: ¿Quién de nosotros no es tentado? La tentación es el signo más creíble de nuestro ser humano, pues pone de relieve la flaqueza y debilidad, en definitiva, nuestra condición humana. Las tentaciones, el cansancio, el desaliento, la flaqueza, los errores… son un capitulo que yo retiraría del libro de mi vida… es algo que muchas veces me cuesta aceptar de mi propia vida. Cuando cometo un error, muchas veces no me lo permito y me hago intolerante conmigo mismo. Cuando experimento al debilidad me hago escrupuloso. Cuando tomo una decisión y no las tengo todas claras le estoy dando vueltas mil veces, ¿lo hice bien o no? ¿era esto o lo otro?... En el fondo me gustaría vivir sin todo esto… en el fondo me gustaría no ser humano… el perfeccionismo que llevamos metidos dentro es un orgullo atroz de falta de aceptación de mi humanidad. Mi orgullo me impide ver mi humanidad, no acepta que pueda cometer errores, o descubrirse mi debilidad.
Dios asume la humanidad en Cristo, Dios acoge la humanidad y con ello nos dice que está muy bien ser hombre, que estamos bien hechos (Gn 3, 16-31 "Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien"). En la humanidad de Cristo descubrimos la belleza de todo un Dios que quiere, asume, y decide que ser hombre es lo más grande.
Jesús fue igual al hombre en todo excepto en el pecado. Ser tentado no es pecar. Una cosa es ceder a la tentación, consentir, y otra es ser tentado. Ser tentado no quita belleza al ser humano, caer en la tentación y consentir el pecado nos conduce a la mediocridad y degradación del ser humano. Pero gracias a Dios, en Cristo se nos ha dado el remedio a la tentación de la mediocridad mediante la oración; sólo desde el acto de rendirse a Dios uno puede salir victorioso de la tentación. La gracia divina, que se adquiere por la oración, fortalece la humanidad. En el relato vemos a Jesús, que frente a la tentación, cita la Palabra de Dios, pone la oración por delante… y ahí en la debilidad de su humanidad, nos demuestra la grandeza del hombre, la victoria sobre la tentación.

Su "humanidad" sirvió para revelar su "divinidad": su Persona de Verbo-Hijo. Esto es a lo que estamos llamados todos nosotros.

25 dic 2013

Solemnidad de la Natividad del Señor

Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera participar de su divinidad
P. Luis J. Tamayo

La fiesta de la Navidad es la celebración de lo que para muchos niños se llama “el nacimiento del niño Jesús”, y para la Iglesia se conoce como el Misterio de la Encarnación. Nosotros, a la hora de preguntarnos ¿qué es el Misterio de la Encarnación? necesitamos un punto de partida desde el cual entender este gesto de Dios de hacerse hombre. El punto de partida es el Amor de Dios por la humanidad, por nosotros. Sólo desde el amor se entiende este gran misterio, sólo desde el amor se accede a comprender algo de esta decisión de Dios de habitar entre nosotros. San Juan en su Evangelio dirá esta expresión: Tanto amó Dios al mundo que nos dio a su único Hijo, se hizo hombre y acampó entre nosotros.
El Misterio de la Encarnación solo se puede entender desde el deseo de Dios, por puro amor, de estar cerca de los hombres, pues el Amor no se entiende sin el amado, el Amor necesita estar cerca del amado.  Dios ha necesitado estar cerca de los suyos. Esto es la encarnación. Un Dios que por puro amor ha querido estar junto al hombre. Así también nos lo explica la Palabra: Proverbios 8,31 “Mis delicias es estar con los hombres”; Jn 3,16 “Tanto amó Dios a los hombres que envió  a su único Hijo”.
La siguiente pregunta que uno se puede hacer es: ¿por qué Dios decide hacerse hombre? La Iglesia nos enseña a decir que fue “por nosotros y por nuestra salvación”…
Pero esto es lo que nos cuesta entender, ¿cómo todo un Dios puede salvarnos naciendo en medio del “estiércol” o de tanta pobreza?. Pues hoy día nuestros pesebres están creados con elementos decorativos, pero la realidad es que un pesebre está lleno de estiércol, pajas, frío, suciedad. Ahí es donde Dios, en su sabiduría infinita, ha decidido nacer, ¿cómo, entonces, Dios puede salvarnos naciendo en el estiércol?
Para responder a esta pregunta os quiero contar algo que nos puede ayudar a comprender: Estos días previos a la Navidad he estado confesando muchas horas, muchas personas han venido al sacramento de la confesión. Pensar en ello, me ha ayudado tanto a descubrir que justamente es en medio de ese corazón herido, frágil, roto, incoherente, con pecado, donde Dios quiere nacer. Dios no se escandaliza de nosotros, sino que es justamente ahí, en medio de un corazón lleno de “estiércol” donde quiere nacer, donde quiere estar presente.
La salvación hay que entenderla no sólo después de la muerte, sino en el aquí y en el ahora, por eso, Dios al hacerse hombre se revistió de nuestra propia carne y tomo consigo nuestras propias limitaciones. Cristo viene a decirnos con la encarnación: esa pobreza que muchas veces tu no quieres, que muchas veces nos pesa, esas limitaciones de tu propia humanidad… no te asustes, pues El viene a asumirlas para que no tengamos miedo de sentir la fragilidad, las inconsistencias y limitaciones. Dios quiere abrazar tu corazón pobre, frágil y débil.
Profesamos en el credo que Dios es verdadero Dios y verdadero hombre, y haciéndose verdaderamente hombre, quiso asumir libremente lo que nosotros muchas veces quisiéramos quitarnos de encima, el peso de nuestra humanidad. Si Cristo asumió nuestra humanidad era para decirnos que es El no se escandaliza, sino que la abraza hasta el fondo.

Pero la otra parte del mensaje de la Encarnación es que Dios tomando consigo nuestra humanidad haciéndose hombre en Jesús, vino a elevarla a la máxima dignidad! Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera participar de su divinidad. La divinidad asumió la humanidad, para que esta alcanzara la misma divinidad. El hombre ha sido creado para reflejar en su humanidad la máxima dignidad, que no es otra más que el amor de Dios.  Pues, ¿no es de una extraordinaria dignidad que una madre día tras día dedique su vida al cuidado de su familia? ¿no es de una gran nobleza que in papa madrugue cada día para llevar el pan a casa? ¿no es de una gran bondad la humildad cuando pedimos perdón? Esa es la gran dignidad a la que Dios nos ha elevado por gracia de su encarnación.

24 nov 2013

Solemnidad de Cristo Rey, REFLEXION Evangelio Semanal

 Jesús, Rey de Reyes
P. Luis J. Tamayo

(Lc 23,35-43)
Hoy día, para nosotros, no nos es fácil entender a Cristo como Rey. Hemos de acercarnos al Antiguo Testamento y descubrir allí como la figura del Rey en el pueblo judío nos habla ya de Jesús como Rey de los judíos.
Nuestra comprensión de la figura de un Rey es distinta, como la fue para los judíos. La imagen de “rey” que tenían en la mente es la del Cesar como omnipotente soberano. Su concepto de rey está basado en la fuerza imperialista.
Si miramos en la primera lectura (2 Sam 5,1-3) vemos como todas las tribus de Israel se reúnen para la aclamación real de David en Hebrón, la primera capital del reino, después de una larga lucha contra Saúl. Ellos fundamentan la coronación del nuevo monarca en un principio enunciado en el versículo 1: “Hueso tuyo y carne tuya somos nosotros”. Este pasaje nos abre ya a la profecía de que Jesús será uno de nosotros.
Esta concepción del rey como “uno de entre tus hermanos”, preparaba misteriosa pero admirablemente el misterio de Cristo y de su Reino. El Reino que Jesús trae es el de Aquel que “fue probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Hb 4,15) porque “tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos” (Hb 2,17). Ya no es un Rey distante que pasa en limusina saludando o que vive en Palacio, sino que es un Rey que asume la condición humana, camina con el pueblo, identificado con cada uno de nosotros, en nuestras alegrías y también en nuestros dolores.
El evangelio (Lc 23,35-43) narra los ultrajes de Jesús en el momento de la crucifixión. Este texto nos abre los ojos a la clase de Rey que tenemos. No es un Rey de poder, lujo o glamour, sino un Soberano que muere en el mayor gesto de humillación y da la vida por amor. Mientras el pueblo asiste a la crucifixión, los jefes se burlan del Crucificado (v. 35).
**(El objeto de la burla es la salvación, un tema central en la teología de Lucas, quien presenta a Jesús desde su nacimiento como el “Salvador” (Lc 2,11; Hch 5,31; 13,23). La salvación define su misión. Es sorprendente la repetición del verbo “salvar” en el texto, en donde aparece 4 veces (vv. 35.35.37.39). Tal insistencia sobre la salvación, en boca de los jefes del pueblo y de uno de los malhechores crucificados, indica la diferencia entre la concepción de salvación de la gente presente en el momento de la crucifixión y la realizada por Jesús.)
Todos coinciden en que salvándose a sí mismo, Jesús demostraría el verdadero poder, así se revelaría como el verdadero Mesías y Rey; Jesús, en cambio, opta libremente por quedarse en la cruz y demostrar hasta el final que el extremo del amor pasa por dar la vida por nosotros. Así Jesús se revela como el Salvador, precisamente en el anonadamiento total por amor. Es otro el camino.
La imagen de “rey” que tienen en la mente es la del Cesar como omnipotente soberano. Su concepto de rey está basado en la fuerza, en la búsqueda de gloria y en la capacidad de imponerse sobre los otros. Por eso le decían a Jesús: “Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate!” (v. 37). Los soldados se dirigen a Jesús con el título “Rey de los judíos” (v. 37); no se interesan por la dimensión religiosa de la misión de Jesús. Insisten en el aspecto político. Por eso lo llaman “rey”. Para ellos, Jesús es solamente un hombre que reivindica una autoridad en antagonismo con el dominio romano.
El reinado inaugurado por Jesús, como Cristo Rey, no consiste en bajar de la cruz y manifestar su poder salvándose a sí mismo, tampoco conquistando con armas a Jerusalén de manos de los romanos. Sino que su única arma el el AMOR, dando la vida por ti y por mi, busca conquistar tu corazón por amor. El poder de Cristo es el poder del amor, es la conquista del amor.


31 mar 2013

Domingo de Resurrección


Hoy celebramos que Cristo ha resucitado!!
El propósito de esta reflexión no es tanto decir que Jesús ha resucitado, sino entender el deseo de Jesús de que nosotros participemos ahora de los beneficios de su resurrección. Lo que le interesa a Cristo es que nosotros podamos experimentar ahora la resurrección en esta vida. Vivir una vida resucitada, solo es posible en la experiencia del Amor de Dios!  ¿Qué significa para nosotros vivir una vida resucitada?
Jesús ya dijo algo de ello en la parábola del hijo prodigo: cuando al final, en el encuentro del hijo pródigo con el padre (Lc 15), después de abrazarlo, rodearlo de besos y amor, al traerlo a casa dice: “este hijo mío estaba perdido y ha sido encontrado, estaba muerto y ahora vive”. ¿Cómo puede decirse de un chaval que estaba muerto y ahora vive? Jesús estaba equiparando la vida del hijo sin la experiencia del amor de Dios Padre con la muerte, y después tras el abrazo de amor misericordioso del Padre, el chaval entra en otra calidad de vida.
Hace poco recibí un video en el que se muestra el amor extremo al que puede llegar un padre por su hijo. Muchos ya lo habréis visto. Un hijo con parálisis cerebral le pide a su padre que si podían correr juntos el triatlón que consiste en correr, ir en bici, y nadar largas distancias. Durísima prueba en la que a los participantes les llaman “ironmen”, debido a su dureza. Y el padre accede a lo que le pide su hijo, corren juntos la prueba con lo que supone nadar atados a una lancha zodiac donde viaja su hijo. Después rápidamente se ve como deja el agua y le sube en brazos rápidamente a una bici adaptada con un asiento para su hijo en la parte de delante de la bici. Y exhausto deja la bici y todavía queda la parte más dura de correr un montón de kilómetros con su hijo en un carrito al que el Padre empuja.  Lo que impresiona del video es el cariño, y el cuidado del padre, y la alegría inmensa del hijo de llegar a la meta. Se le ve eufórico. Se te saltan las lágrimas. Dentro de los límites físicos del hijo, éste es capaz de expresar una alegría indescriptible.
El video me lleva a preguntarme: ¿cómo llevo yo mis propios límites, mis propias parálisis? Los defectos, mis errores y los de los demás. ¿Vivo en la intolerancia o experimento un amor resucitado que no me ata a los límites de la intolerancia?
No es difícil reconocer que lo humano es esencialmente imperfecto. En nosotros conviven nuestras mejores capacidades con lo frágil, lo feo y lo enfermo. San Pablo lo dice: “llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Atribulados en todo, más no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo”. (2 Cor 4,1-10).
El barro afea la vida hasta el punto de enfadarnos por ser barro. Desearíamos extirpar de nuestra vida todo lo que la hace débil, lo que nos hace sufrir. Pero tenemos que admitir que negar nuestra propia debilidad es negar nuestra propia identidad humana, y éste es el camino más corto para la infelicidad,  la desdicha y  la intransigencia. Negar mi debilidad es el camino para volverme insoportable y hacer insoportable la vida a los que me rodean. 
Imaginaros al padre del video riéndose de los sueños de su hijo. “Pero que dices borrico: ¿Cómo vas a correr la maratón si eres un tullido, un paralítico, un incapacitado?”. No estaría mintiendo, pero estaría destrozando los sueños y las ilusiones de su hijo. A veces con nuestro realismo y nuestra sinceridad, dañamos, destrozamos, matamos. Esta mentalidad no habla de resurrección. Nuestra exigencia asfixia. Esto no sabe a resurrección.
Bendita mirada la del padre que es capaz de comprometerse con su hijo y poner lo que está de su parte para equilibrar los límites del otro. Bendita mirada la del padre de la parábola del hijo pródigo que ve en el hijo perdido y pecador la esperanza de una vida nueva. No lo hecha de casa, al contrario se merece más amor, más abrazos, una verdadera fiesta. Este tipo de amor es capaz de resucitar a un muerto!! La gente más conflictiva y más insoportable es la que más amor necesita. Y eso lo olvidamos. Nos vamos con quien espontáneamente me llevo bien. Y los simpáticos están siempre rodeados de amigos y de atractivos planes. ¿Pero quién amará a los feos, a los enfermos, a los que no nos caen bien? La resurrección nos invita a amar a quien menos lo merece, porque es quien más lo necesita.
Vivir la resurrección es aprender a reconciliar los límites y los aciertos. Las virtudes y los defectos propios y de los demás.  Pues en nosotros convive el trigo y la cizaña,  la sonrisa más bella y más franca, con la ambigüedad y la doble intención.  El interés egoísta y la gratuidad. Convive el ángel y el demonio. Jesús mismo nos muestra en su humanidad su fatiga junto al pozo de Jacob, y su vitalidad en las bodas de Caná. En Él vemos la fiesta entrando a Jerusalén el domingo de Ramos y también su rabia en el templo expulsando a los mercaderes. En Él encontramos el fracaso de su muerte en cruz, y su victoria gloriosa en la mañana de Pascua.
Que bueno si en nosotros también hay algo de “bipolares”. Es el papá en traje y corbata de trabajo que luego da gritos y saltos eufórico porque su equipo mete gol… es el padre responsable que se sienta a hacer los deberes con sus hijos todas las tardes y luego se transforma en el rebelde en un concierto de rock. Es la formalidad del alzacuellos y las zapatillas nike fosforito para salir a correr media marathon.
Convivir en esta pluralidad nos habla de resurrección. Y esa pluralidad nos hace comprensivos con las imperfecciones de los demás. Feliz elasticidad que nos hace sitio a todos. Feliz amor resucitado que acepta la diferencia de los otros. No hay una única forma de acercarnos a Dios, o de amar, o de vivir, o de ser familia. Gracias a Dios no hay un único sabor, una única música, un único deporte. Hay una variedad muy amplia. Pero eso nos tiene que ir asemejando a Dios que hace salir el sol para todos, los buenos y los malos. Que nos ha preparado un sitio en su casa, en la que hay muchas estancias, para celebrar el banquete definitivo y glorioso. Este estilo de vida si que sabe a resurrección.