23 dic 2012
IV Adviento - REFLEXION Evangelio Semanal
16 dic 2012
III Adviento ciclo C - REFLEXION Evangelio Semanal

9 dic 2012
II Adviento, REFLEXION Evangelio Semanal

7 dic 2012
Fiesta de la Inmaculada

2 dic 2012
I Adviento, REFLEXION Evangelio Semanal
19 dic 2010
4º Domingo de Adviento

La justicia de Dios es la compasión
P. Luis J. Tamayo
El Evangelio de este Domingo (Mateo 1, 18-24) comienza con estas palabras: «El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.» De aquí queda afirmado lo principal: el niño fue concebido por obra del Espíritu Santo; no es hijo de José, sino que es Hijo de Dios.
El Evangelio explica que «José, su marido, siendo justo y no queriendo denunciarla, resolvió repudiarla en secreto». Según la interpretación, José, al ver a María esperando un hijo, habría sospechado de su fidelidad y la habría juzgado culpable; pero, siendo ‘justo’ – esta es la palabra que utiliza la Escritura – y no queriendo dañarla, decidió dejar la cosa en secreto.
Este hecho me lleva a preguntarme: si José era un hombre de Dios ¿qué es esta justicia de José? Si José hubiera sospechado que su esposa era culpable de infidelidad, el hecho de ser justo, le exigía aplicar la ley, y ésta ordenaba al esposo entregar a la mujer una escritura de repudio (ver Dt 22,20s). En ningún caso la ley permite dejar la cosa en secreto. Esto es lo que observa San Jerónimo en un texto suyo: «¿Cómo podría José ser calificado de justo, si esconde el crimen de su esposa?»
Entonces ¿de que justicia hablamos? José, sospechando el adulterio, y queriendo evitar un daño a su esposa, su actitud no es la del cumplimiento estricto de la ley sino que de él brota la verdadera compasión. La justicia de ese hombre de Dios es la compasión.
Os cuento un ejemplo que nos puede clarificar de que justicia hablamos. Me contaba una madre que en casa tiene la regla por la que sus dos hijos adolescentes han de llegar a las 11pm a casa. Un sábado ya pasaban de las 11 y el hijo no llegaba. Ella se fue a la cama y dejó la puerta abierta para escuchar cuando llegaba. El tiempo pasaba y ella estaba intranquila, no sólo por la hora sino porque estaba perdiendo la confianza en su hijo. Ella me dice, “entonces fue ciando empecé a rezar”. A eso de la 1am, se oye abrirse la puerta y la madre, en un primer momento furiosa, pensó en no levantarse y a la mañana siguiente darle la reprimenda.
En medio de sentimientos confusos y de su oración, Jesús le hizo cambiar el pensamiento y le vino a la mente: “¿No será que su tardanza es porque algo le ha pasado al chaval? Anda, ve y escucha sin juzgar.” Ella salió a su encuentro, y se lo encontró en su dormitorio con una cara muy triste. La madre antes que dejarse llevar por el primer deseo de reprenderle por haber llegado tarde, quiso escuchar que había pasado. Ella notó en él algo raro. ahora lo importante no era que se había saltado la regla, sino que él no estaba bien. Su novia había roto la relación con él. Esa era la razón de la tardanza.
La justicia pedía reprocharle por haber llegado tarde, esa era la regla que había roto, pero Dios en su oración cambió el corazón de la madre y transformó la justicia en la compasión. La madre - me seguía diciendo - le cogió y se o llevó a la cocina, le preparó un vaso de leche caliente y se sentó junto a él.
Es lo mismo con la figura de José; en el Evangelio vemos como en su oración, Dios le habla y le cambia el corazón –de un corazón legalista a uno lleno de compasión–: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.”
¿Qué es dejar nacer a Jesús en tu corazón estas Navidades? es la gran esperanza de como la oración tiene el poder de transformar el corazón. La oración nos abre la posibilidad de un corazón que deja atrás la ruina del orgullo para abrirse a la alegría del AMOR y la COMPASION.
12 dic 2010
3er Domingo de Adviento

Adviento: la espera y la preparación
(P. Luis J. Tamayo)
Como ya explicamos anteriormente, Adviento viene del latín adventus, que quiere decir venida o llegada del Señor.
El Evangelio de hoy (Mateo 11, 2-11) dice que: “En aquel tiempo, Juan, que había oído las obras del Mesías, le preguntó por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?».”
Como podemos ver, el Evangelio de hoy sigue apuntando al tema primordial del Adviento que es la espera del que ha de venir. Pero la pregunta que nos surge es ¿cómo vivir esta espera? Y a esto intenta responder la segunda lectura de la carta de Santiago (5,7-10) en la que dice: “Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca.” La imagen es preciosa, es la espera a recoger los frutos de la cosecha, pero una espera activa donde ha habido todo un trabajo previo de labrar la tierra, remover las malas hierbas, sembrar las semillas… es una espera activa.
Al tiempo de Aviento le caracterizan dos actitudes principales, la espera y la preparación de tal espera. El adviento ha de ser un tiempo de espera activa hasta la llegada del Señor. Por eso subrayamos que es un tiempo de espera que no puede quedarse en algo pasivo, sino que ha de ser una espera activa, ¿por qué activa? pues somos invitados a prepararnos para la llegada de lo más grande que ha acontecido en la historia de la humanidad y en la historia personal de cada bautizado: la venida del Señor. Por lo tanto hay dos palabras clave para este Adviento: espera y preparación. Es más una implica la otra, pues una espera activa, implica una preparación.
Uno se puede preguntar: ¿por qué he de preparar?… pero si el Señor ya llegó. Si ya tengo fe. Si Dios ya está presente en la historia… Pero si las Navidades son un símbolo o un recordatorio del pasado ¿Para qué prepararme? La Iglesia nos enseña que la fe ha de ser activa y dinámica, sino se muere… pues la tendencia es a estancarnos… ¿Quién no se ha estancado alguna vez en la fe? ¿quién no ha pasado por momentos de apatía? Es muy importante para la vida cristiana dejarse dinamizar por la liturgia de la iglesia, dejarse acompañar por el camino que hace la Iglesia a lo largo del año… Así como nos dejamos mover por la estación del año: la moda acompaña el tiempo… a finales del verano y cansados del calor solemos escuchar: “tengo ya ganas de que llegue el otoño para ponerme un jersey”; llegan las nieves y pensamos en esquiar; llega el calor y pensamos en la playa… en definitiva la sociedad se mueve por las estaciones del año. Pero en la vida cristiana (no nos movemos según el clima, pues recuerdo que en Filipinas, todo el año es tropical… las Navidades son en manga corta de camisa) nos movemos y caminamos junto a la vida y misterios de Jesús: Adviento, Navidad, Ordinario, Cuaresma, Pasión y Pentecostés. En cada año se celebra lo mismo, pero no es repetir, sino profundizar, pues el misterio de la vida de Jesús es tan profundo que toda una vida no da para abarcarlo (Efesios hondo, ancho, ). La tentación es pensar: Ya me lo se! Navidades… otra vez… Sin embargo la actitud a la que estamos invitados es la de buscar activamente al Señor.
Un ejemplo de preparar la espera: Alguien me decía que miraba con ilusión las fiestas de la Navidad porque llegará su hijo que vive hace años en el extranjero. Y decía que todo este tiempo hasta que llegue es un “tiempo de espera” que la llena de alegría, y sólo pensar en la llegada de su hijo la colma de contento; y ¿cómo manifiesta la ilusión por la espera? preparándolo todo: ya piensa en las comida que más le gustan a su hijo, limpiar el dormitorio, decorar la casa con motivos navideños, etc.
Para nuestra comunidad parroquial debería ser lo mismo, el Adviento es un tiempo que nos debería llevar a “avivar la espera” en Nuestro Señor Jesús, y prepararnos interiormente de forma activa para acogerle en el corazón.
La liturgia nos propone dos figuras que nos ayudan a meditar estas dos actitudes: son María y Juan el Bautista.
María es la figura de la espera. Es la mujer paciente que esperó el cumplimiento de la Promesa. María es la mujer llena de esperanza. A pesar de las dificultades que pudo experimentar según nos cuenta el evangelio, ella no dejó de esperar, la paciencia era su virtud. ¿Dónde pongo la esperanza? ¿Soy paciente esperando que el Señor se va a manifestar en mi vida? ¿Intento poner mi vida y circunstancias en manos de Dios? Pidámosle al Señor, por intercesión de María, que nos avive la esperanza. Sólo una actitud activa de búsqueda me capacita para verle actuar en mi vida a través de los acontecimientos.
Juan el Bautista es la figura de la preparación activa. Proclamaba “preparad el camino a la llegada del Señor”. Su vida fue precursora de la de Jesús. Su vida fue un preparar el camino para el que había de venir, el encuentro personal con Jesús. El grita: “Allanar los senderos”. Animaba a los demás a preparase. Cuando anunciaba la conversión no hacía más que anunciar que llegaba un tiempo propicio para algo nuevo… pero que esto nuevo sólo se captaría desde un corazón renovado, desde unos ojos nuevos… un ejemplo de cambio es: si sólo espero a Dios en lo bueno, pero acontece algo negativo en mi vida, no tendré ojos para reconocerle en esa situación menos favorable. La lectura será siempre el castigo, ¿por qué esto?
Por eso una espera activa implica la preparación.
5 dic 2010
2º Domingo de Adviento

28 nov 2010
1er Domingo de Adviento
