22 feb 2014
Domingo VII, REFLEXION Evangelio Semanal
23 sept 2012
XXV Domingo T.O., REFLEXION Evangelio Semanal
10 sept 2011
REFLEXION Evangelio Semanal

Como yo tuve compasión de ti
P. Luis J. Tamayo
Pedro preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces? Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. El tema que nos presenta el evangelio de hoy es el del perdón.
Este tema tiene toda su importancia al inicio de este curso. Si nos damos cuenta al comienzo de la misa hacemos el rito del perdón: “yo confieso que he pecado mucho de pensamiento, palabra y omisión…” ¿Con que fin? El fin de vivir el resto de la celebración reconciliado. Uno presenta su corazón débil y frágil pide perdón por las faltas de amor y una vez renovado, restaurado se dispone a recibir a la Fuente del Amor siempre nueva y siempre pura.
¿Por qué no pensar que el Señor nos invita a hacer lo mismo al inicio del año? Iniciar el curso desde el perdón y la reconciliación para afrontar el año con renovadas fuerzas, sin arrastrar lastres.
La lección de este evangelio tiene una clave muy clara para meditar y se resumen en una de las frases de la parábola que cuenta: “Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?".
Perdonar no es fácil… Cuantas veces escuchamos: “Si, yo perdono pero no olvido”. La realidad es que cuando nos hacen daño algo se rompe en el corazón que genera un resentimiento, una ira, un deseo de venganza, una carga que no deja al corazón libre. La reacción pronta que nos sale es la de echar la culpa al otro… “Mira lo que me ha hecho”. Y lo último que nos sale es el perdón.
Una pregunta que me hacen muchas veces en el acompañamiento espiritual: “Padre, ¿de donde sacar amor para perdonar? Esto es muy difícil…” Nadie ha dicho que perdonar sea fácil, pero como Jesús lo sabe, como Jesús sabe que nos cuesta entonces aquí nos da una clave, un camino para facilitarnos el camino del perdón: “Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?".
Tu puedes tener compasión de tu hermano porque yo la tuve antes de ti; tu puedes perdonar por que has sido perdonado previamente. La fuente de un amor que perdona y de un amor que reconcilia no está en mi… Uffff! Menos mal!! La fuente del Amor está en Dios. El Evangelio dice: como yo tuve compasión de ti, tu debías tener compasión de tu compañero…
La invitación de Jesús es la de contemplar, reflexionar, pensar cuantas veces nos ha perdonado en la vida… si uno pusiera en una balanza lo que ha sido perdonado, si fuera cuantificable se desbordaría la balanza… Si no… que levante la mano aquel que jamás ha roto un plato… Darse cuenta de esto es fuente de tanta gratitud que brota la compasión para perdonar a otros: si Dios me ha perdonado aquí, aquí, aquí… ¿cómo no voy yo a perdonar a este compañero?
El problema está en la falta de humildad para reconocer que tengo faltas que ya me han sido perdonadas… siempre echamos el balón fuera.
En una Cuaresma se me acercó un matrimonio mayor y me piden que les confiese: entra primero la mujer y me dice: Padre me confieso de que mi marido me ha hecho esto, me ha hecho lo otro, es un cabezón, tiene orgullo y no me deja vivir… Yo le dije… pare!! La confesión es para mirar yo mi parte… No es para echar el balón fuera… deje a su marido hacer su propia confesión y usted haga la suya… a ver y usted ¿qué?. Me dice: Uff! Que difícil! Cuando entra el marido otro tanto de lo mismo… Padre me confieso de que mi mujer es una pesada, no me deja en paz… Yo le dije lo mismo… pare!! La confesión es para mirar yo mi parte…
¿Sabes lo grande que es la experiencia de la misericordia de Dios? No te pierdas la alegría de saberte perdonado, no te pierdas la alegría de experimentar la compasión de Dios por tu vida. Es la fuente de un amor que restaura tu corazón y te da la fuerza para amar y perdonar…
3 abr 2011
IV Domingo de Cuaresma

Seguimos haciendo el recorrido a lo largo de los cinco evangelios de la Cuaresma 2011: Vimos en los dos primeros evangelios de las Tentaciones y la Transfiguración, la dimensión humana y divina de nuestro Salvador. Él es el Cristo, el que viene a liberarnos de las ataduras del corazón (lo vimos el domingo pasado en la Samaritana) y de la ceguera de la mentira (lo vemos hoy en el ciego de nacimiento).
Ya sabemos que la práctica cuaresmal a la que nos invita la Iglesia en este tiempo es “el vencerse a sí mismo” para lograr superarse, madurar como personas y crecer en nuestra identidad de cristianos con el ejemplo. Vencerse no sólo a base de puños sino mediante la colaboración a la gracia que de Cristo recibimos. La sabiduría popular nos enseña: A Dios rogando y con el mazo dando.
Os cuento una historia: Diariamente, ellos llamaban al "tonto del pueblo" al bar donde se reunían y le ofrecían escoger entre dos monedas:- Una grande de 400 reales y... otra pequeña, de 2.000 reales. Él siempre escogía la más grande y menos valiosa, lo que era motivo de risas para todos. Cierto día, alguien que observaba al grupo le llamó aparte y le preguntó si todavía no había percibido que la moneda más grande valía menos. - "Lo sé", respondió, "no soy tan bobo. La grande vale cinco veces menos, pero el día que escoja la otra, el juego se acaba y no voy a ganar más dinero." ¿Quién es realmente el ciego?
Esto mismo es lo que le pasó al ciego y a los fariseos de la lectura de hoy del evangelio de Juan 9,1-38. Juan, en su relato, juega con una ironía, aquellos quienes podían ver, no verían ni a Jesús y hasta dudaban si el ciego al que interrogaban era realmente el que se encontraba siempre al borde del camino. En el fondo eran ciegos. Aún teniendo capacidad de visión no querían reconocer ni al Mesías ni sus obras.
El tema de Cuaresma de hoy es vencer toda tentación de quedarse en la ceguera de la mentira que el orgullo ejerce sobre nosotros.
Os pongo un ejemplo muy sencillo que el otro día me contaban. Un niño, jugando en casa rompió sin querer un plato antiguo de la abuela. La madre montó en cólera, obviamente le echo todas las culpas al niño… La madre tenía toda la razón… la culpa era del niño puesto que no debía de jugar. Pero, ahora seamos sinceros, entremos en la verdad, salgamos de la ceguera de la mentira. ¿No es propio de los niños jugar? ¿quién no ha roto un plato en su vida? El orgullo nos ofusca la mente. La verdad es que la culpa es de la madre que si tanto aprecio tenía al plato lo dejó al alcance del niño. Es muy fácil echar la culpa fuera, es muy difícil reconocer la propia culpa. Es muy fácil justificarse en el orgullo de que siempre tengo razón, es muy difícil admitir con humildad que yo puedo estar equivocado. Todos, de una forma u otra, sufrimos de la ceguera del orgullo, es decir, no quiero ver mi parte, y siempre prefiero poner la culpa fuera…
Jesús lo expresa muy clarito “¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?” (Lc 6, 37-42) Estamos ciegos en nuestro orgullo y no lo vemos. Sólo podemos vencer la tentación de la ceguera en el encuentro con Jesús.
El evangelio de hoy (Juan 9,1-38) “Le preguntan al ciego cómo habla adquirido la vista. Él

La posibilidad de abrir los ojos a la verdad es gracia de Dios, es el don de la humildad que Jesús da a quien lo busca. Santa Teresa de Ávila dice: humildad es andar en verdad. Lo vemos de nuevo en la parábola del publicano y el fariseo de Lucas 18, 9-14. El fariseo se presenta delante de Dios en sus méritos… soy mejor que el de al lado, mira todo lo que hago. Sin embargo el pecador, reconoce con humildad que no es perfecto que necesita de la misericordia de Dios. Uno anda en la mentira el segundo en la verdad.
Vamos a pedirle a Dios la gracia de andar en verdad, de ser capaces de ponernos en los zapatos del otro y antes de juzgar a nadie y apuntar sus errores, ser capaz de mirar mis errores y lo que yo necesito cambiar.