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22 feb 2012

Miercoles de Ceniza

Recuerda que eres polvo en las manos de Dios

P. Luis José Tamayo

El miércoles de ceniza da comienzo el tiempo litúrgico de la Cuaresma. El miércoles de ceniza da comienzo a un tiempo especial, es un tiempo de conversión. Pero a veces el recuerdo que uno tiene de la Cuaresma, muchas veces, ha venido marcado por experiencias del pasado con un tono gris (como el de la ceniza)… en todos los canales de televisión ponían películas de Moisés, Ben Hur, la Pasión de Cristo, etc. Recuerdo escuchar que había gente que dejaba de fumar estos 40 días… era tiempo de conversión, de penitencia, de ayuno. No se si te ha pasado pero, a veces, uno se sentía culpable por haber comido carne o un helado de chocolate en viernes de ayuno. Con esto no digo que no haya que hacer ayunos o que éste no sea un tiempo donde haya que buscar cierto recogimiento, un tiempo especial de preparación para la Semana Santa. Pero lo que quiero desmontar es esa sensación de olor a incienso, cenizas y sacrificios mal entendidos para redescubrir la belleza de este tiempo.

En la celebración litúrgica de hoy, cuando nos imponen las cenizas en la frente escuchamos del sacerdote: “conviértete y cree en el Evangelio”, pero hay otra que para mí recoge más el sentido de este tiempo: “Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás”. Sinceramente a mi me gusta ponerlo en su verdadero contexto: “Recuerda que eres polvo en las manos de Dios”.

Recuerda que eres criatura, que esta es tu verdad más profunda. Es una invitación a volver a la verdad de mi mismo. Soy criatura, por ello, limitado y finito, con tendencia a cometer errores, fallos, a tener limitaciones. No soy perfecto y con ello no se acaba el mundo. Esto nos libera de tanta exigencia que vivimos por dentro y que proyectamos hacia los demás. La falta de aceptación propia de mis limitaciones me lleva a una exigencia demoledora hacia los demás. El punto de partida de una psicología sana es saberme humano, y que el hombre es propenso a cometer errores. Esto es ser polvo.

Esto es “Recordar que eres polvo”, pero hay una segunda parte, ese “en las manos de Dios”. Eres polvo muy amado de Dios, y como hijo muy amado, no te deja en las cenizas, sino que te levanta y te devuelve la dignidad para seguir caminando. Al hijo pródigo no le dejó en su culpa, sino que le regaló el abrazo de amor, la túnica, las sandalias y el anillo. Lo único que le da dignidad a mis cenizas es el Amor de Dios que me levanta y me da una segunda oportunidad.

Uno se puede preguntar: ¿Es verdad que el amor de Dios levanta? La gracia de Dios es suficientemente poderosa como para levantar a cualquier persona de las cenizas. Sino mira las grandes conversiones de la historia como la de Agustín, o Ignacio de Loyola, o la misma María Magdalena o Pablo de Tarso.

Uno puede decir, yo no necesito de la confesión, yo me las apaño a solas con Dios. Esto es ignorancia supina. Es verdad que todos hemos tenido malas experiencias con sacerdotes que, en vez de aplicar palabras de consuelo y misericordia, te echan la “bronca”. Pero también es verdad que el no acudir al sacramento de la Reconciliación me estoy privando de la gracia especial que me otorga el mismo Espíritu Santo a través de la imposición de la manos del sacerdote. Uno no se confiesa sólo para decir los pecados, o para desahogarse un poco, sino que uno pide humildemente la gracia de Dios que le restaure y fortalezca por dentro. Esto es levantar de las cenizas, esto es recuperar la dignidad.

9 mar 2011

Miercoles de Ceniza

Tu Padre que ve en lo escondido, te recompensará.

“Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará… Cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará… Cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensara”. Mateo 6, 1-6.16-18

Os voy a contar algo de lo que uno empieza a darse cuenta en la vida pero de forma gradual… Por ejemplo, entras en una habitación donde están tus compañeros, donde están tu familia, tus hijos, o tus padres… y es como si nadie se diera cuenta de tu existencia. O por ejemplo entras en el salón y le dices a tu hijo, ¿puedes apagar la TV? Y allí no ocurre nada… nadie mueve un dedo… como si no hubiera dicho nada… entonces uno habla más fuerte… ¡Apaga la TV, por favor! Al final eres tu quien se tiene que acercar al TV y apagarlo tu mismo.

Puede que estés en una cena, todo el mundo hablando y quieres hacer un comentario… y cuando vas a decir algo siempre hay otro que habla más fuerte y se impone a tus palabras… Te das cuenta que nadie se preocupa por tu opinión. O estás en una reunión de trabajo, y parece que tus ideas nadie las toma en cuenta. O en la misma familia parece que todos los niños hacen siempre caso al papa o la mama y sietes que tu opinión nunca cuenta.

No te pasa que llega un momento que te preguntas: ¿Soy invisible? ¿Es que nadie se da cuenta de que existo?

Nicole Johnson, en una charla, habla de su experiencia que estando en una fiesta con su marido, después de tres horas, ella se acerca a su marido para decirle que estaba lista para marchar a casa. Su marido muy entretenido con otros hombres de negocios no se dio cuenta de su presencia… es cuando ella dice: ¡Soy invisible!

Ella cuenta que en medio de su frustración recibió el regalo de una amiga de un libro sobre la arquitectura de las grandes catedrales de Europa. Llevaba la dedicatoria que decía: “Con admiración, por la grandeza de lo que tú estás construyendo cuando nadie lo ve”.

Cuando estudias a fondo la historia de las Catedrales, en su mayoría no puedes decir los nombres de los autores de las grandes Catedrales. Intentas descubrir los nombres en libros, en Google, etc. y aunque muchas tienen autores, hoy día pocos conocemos sus nombres: ¿quién es el autor de la Catedral de Burgos, o de Colonia, o de Barcelona? También ocurre que muchos de los autores son anónimos. Construyeron, se invirtieron y acabaron obras maestras en las cuales sus nombres pasarían desapercibidos.

En el libro titulado -La catedral del mar- explica la historia de la construcción de La Basílica de Santa María del Mar es una iglesia gótica. Personas que se invirtieron en la construcción y sus nombres pasaron desapercibidos. Cuantas pequeñas tallas, esculturas, detalles esculpidos en piedra en lo alto de un arco y casi nadie se dará cuenta de ese detalle. Pero para ellos la pregunta sería: ¿Por qué tanto tiempo en ese detalle si nadie se va a dar cuenta? Y la respuesta de estos hombres era: Dios si que lo ve, Dios si que se da cuenta, Dios si que lo aprecia. Ellos confiaban que Dios apreciaba todo detalle.

A demás muchas de estas catedrales se acababan en unos cien años o incluso más… y podemos pensar que se invertían en un magnifico trabajo que nunca verían acabado. Trabajando día tras día y quizás nunca vieron el trabajo hecho pues otros lo acabaron más tarde.

Cuando meditas todo esto es como si Dios te dice: Tú no eres invisible para mi. No hay sacrificio en tu vida por pequeño que sea que yo no me de cuenta de ello. Yo lo aprecio todo de ti… esa reunión de matrimonios que acaba tan tarde, esa misa del martes que celebraste y sólo vino una persona, ese bizcocho de chocolate para tus hijos, ese café temprano en la mañana para tus hijos, ese salir dejar lo tuyo y salir de casa por la tarde para recoger a tu hijo de una fiesta o partido… todo es importante para mi. Veo cada sonrisa cuando las cosas salen bien, y veo cada lágrima cuando las cosas no salen tan bien, cuando te muerdes la lengua por no contestar, cuando te esfuerzas por pedir perdón, cuando dejas tus planes por hacer feliz a tu cónyuge… pero recuerda que estás construyendo una gran Catedral. Tu estás construyendo algo que no lo verás terminar… pues la vida de los tuyos continuará, la misión de la Iglesia continuará… pero, como dice Jesús en el Evangelio, “tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensara” (Mateo 6, 1-6.16-18).

Si uno hace una lectura desde la fe, el ser invisible no tiene por que ser una frustración o fracaso, sino que puede llegar a ser una gracia y una bendición: es la medicina a la enfermedad del egocentrismo, es el antídoto a mi orgullo. No pasa nada si no se dan cuenta de mis esfuerzos; no pasa nada si no ven mi trabajo…

Yo no quiero que la gente diga mira este cura como se trabaja las misas, escribe la homilía, prepara con todo detalle las cosas, etc… no, lo que quiero es que la gente venga a misa y diga, me encontré con Jesús. Yo no creo que una madre tiene que esperar que su hijo al invitar a casa a a sus amigos de la Universidad les diga: mira mi madre se ha levantado a las 5am, y ha preparado estas tortillas, ha comprado estas bebidas, ha organizado la mesa y los platos… Incluso si lo hace, yo creo que una mama no quiere que su hijo diga esto… lo que una madre quiere es ver que su hijo disfruta de estar en casa, y de inviar a sus amigos y que al final los vea disfrutar en casa… aunque luego lo dejen todo destartalado.

No pasa nada si no los demás no ven mi trabajo, Jesús nos enseña que no hacemos las cosas para los demás, sino que hacemos las cosas por Dios. Nos sacrificamos por Dios. La gente no llega a apreciar si lo hacemos bien, o si lo hacemos mal… Yo os invito a pedir a Dios la gracia de que en esta Cuaresma, todo aquello que hagamos lo hagamos por amor a Dios, en silencio, sin reclamar la atención o la aprobación de los demás, pues tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensara.