
22 may 2010
Pentecostés

15 may 2010
La Ascensión, REFLEXION Evangelio Semanal

(P. Luis J. Tamayo)
Después de aparecerse a los discípulos durante 50 días, el tiempo de Pascua culmina con la fiesta de la Ascensión y el domingo siguiente con la celebración de Pentecostés.
El evangelio de Lucas 24, 46-53 nos explica lo que aconteció en la Ascensión de Jesús al cielo: “Mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.”
Uno puede entender la Ascensión como esa huída del mundo, de los problemas… ahora el Señor se fue al cielo y aquí nos dejó con los problemas. Esta tipo de ascensión la desearíamos muchos de nosotros… Cuantas veces uno sueña despierto, como fantaseando y soñando un mundo ideal. ¿Quién no ha escuchado: “Estas en las nubes” o “estas en babia”? Es decir, entrar en ese estado de trance de querer huir de la realidad y soñar con un mundo mejor… el otro lado de la moneda es vivir en el mundo de la queja y estar anhelando lo del vecino. En el fondo es esa mentalidad que piensa que todo lo que le toca vivir aquí es un obstáculo para la felicidad, y al final siempre está anhelando vivir otra cosa. Quien es rubio quiere ser moreno, quien es bajo quiere ser alto, quien es relleno quiere ser flaco, quien es flaco quiere ser más grande… al final uno nunca está contento con lo que tiene y siempre es una huída de sí, soñando que otra cosa distinta será siempre mejor. ¿Alguien se identifica con esto? Pues lo que dicen en el cine: cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
La fiesta de la Ascensión tiene otro significado… y nos puede iluminar mucho a nuestro día a día. Jesús asciende al cielo en cuerpo y alma gloriosos, y Él nos abre el camino al cielo… y nos invita a no quedarse atrapado en los pesimismos del día a día, ni en la pesadez de los problemas. Lo que uno vive, por miserable que sea, sólo por gracia de Dios – y si uno lo pide – puede transformar aquello que es obstáculo en bendición, aquello que es trampa en trampolín, y no dejarse aplastar sino que elevarse por encima de los problemas… No huir de ellos, no negarlos, no reprimirlos, sino que quedando afectado… pues nos afectan las cosas, tener la capacidad de sobreponerse y desde la fuerza interior poder ponerse por encima. Os cuento un cuento que nos ayudará a entenderlo:

Un campesino tenia una mula. En un lamentable descuido, la mula cayó en un pozo que había en la finca. El campesino oyó los bramidos del animal, y corrió para ver lo que ocurría. Le dio pena ver a su fiel servidora en esa condición, pero después de analizar cuidadosamente la situación, creyó que no había modo de salvar al pobre animal, y que más valía sepultarla en el mismo pozo. El campesino llamó a sus vecinos y les contó lo que estaba ocurriendo y les pidió para que le ayudaran a enterrar la mula en el pozo y así no continuara sufriendo.
Cogieron las palas y cubos y empezaron a arrojar tierra encima de la mula. Al principio, la mula se puso histérica.
Pero a medida que el campesino y sus vecinos continuaban tirando tierra sobre sus lomos, una idea vino a su mente. A la mula se le ocurrió que cada vez que una pala de tierra cayera sobre sus lomos.
¡ELLA DEBIA SACUDIRSE Y SUBIR SOBRE LA TIERRA! SACUDETE Y SUBE. sacúdete y sube. sacúdete y sube!! Repetía la mula para alentarse a sí misma.
No importaba cuan dolorosos fueran los golpes de la tierra y las piedras sobre su lomo, o lo tormentoso de la situación, la mula luchó contra el pánico, y continuó SACUDIÉNDOSE Y SUBIENDO. A sus pies se fue elevando el nivel de onde se apoyaba. Llegó el momento en que la mula cansada y abatida pudo salir de un brinco de las paredes de aquel pozo. La tierra que parecía que la enterraría, se convirtió en su bendición, todo por la manera en la que ella enfrentó la adversidad…
La Ascensión es el camino al que nos invita el Señor a ponerse por encima de los problemas que nos abaten, sostenidos por su gracia, y en vez de dejar que nos hundan, los podamos transformar en bendición. Así es como acaba el Evangelio: estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.
7 may 2010
Pascua VI - Prudencia


1 may 2010
Pascua V - Templanza

Templanza: Dominio de la voluntad
Luis J. Tamayo
Llegamos al 5º domingo de Pascua. Como venimos diciendo la Iglesia nos regala 50 días de Pascua para asimilar la grandeza de la resurrección de Cristo. Todas estas semanas de Pascua son tiempo de asimilación. Recordamos que a los discípulos les costó entender que significó que Cristo había resucitado, por eso Cristo se apareció sucesivamente durante 50 días para confirmarles que estaba vivo y que a partir de este momento habían de acostumbrarse a relacionarse con él desde la fe.
La pregunta es la misma: ¿Qué implica la resurrección en mi? y para responder seguimos profundizando en las virtudes como el camino de asimilar la resurrección de Cristo en mi propia vida, es decir, las virtudes como ese regalo de Cristo resucitado que nos capacita desde dentro a vivir de una forma nueva.
El cristianismo no es una carga, no es una moral pesada, no son puños para alcanzar algo inalcanzable. El cristianismo es un camino nuevo de vida que promete una alegría distinta en la medida que uno se deje llevar por la fuerza interior de Cristo resucitado en tu corazón. Es la alegría de un amor nuevo que desde dentro impulsa e irrumpe con fuerza, es el espíritu del resucitado en el interior de cada hombre, es Jesús queriendo irrumpir desde el corazón de cada hombre y plasmar caminos nuevos. Lo que Él así vivió, Él así lo quiere repetir hoy en tu vida.
La pregunta es: ¿Qué espacio le dejas a Jesús para que irrumpa desde tu interior?
Las virtudes – como un camino de vida nuevo – implican esa colaboración del hombre con el resucitado. Recordemos lo que dice el Catecismo: las virtudes son adquiridas mediante el esfuerzo y la perseverancia, pero sostenidas y elevadas por la gracia divina. Si yo pongo de mi parte, Dios hace el resto.
Hoy hablamos de la Templanza, como aquella virtud que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio de los bienes. La templanza asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y apetitos sensibles y mantiene los deseos sin dejarse arrastrar por las pasiones (Catecismo nº 1809).
El Evangelio de hoy es impresionante para entender la templanza, mira a Jesús: Juan (13,31-33a.34-35): Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: "Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. (…) Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros."
Judas lleva en su corazón la traición. Jesús lo sabe, se huele lo que ha de venir… desde la templanza no se deja llevar por sus instintos ¿cuáles? miedo a huir y salir corriendo, pavor por lo que le espera, deseo de una vida más cómoda, no complicarse la vida, no llegar hasta el final con el Proyecto del Padre y tirar la toalla, ¿por qué no un camino más fácil?
¿Acaso no experimentamos que en medio de la dificultad una busca caminos más fáciles? ¿No es verdad que en medio del conflicto, problema o peligro uno desarrolla la creatividad al máximo para encontrar el atajo a algo más cómodo?

Pero Jesús no sale corriendo sino que se opta por el amor, y amar es el compromiso. Uno puede preguntarse: ¿acaso Jesús no sufrió la traición de Judas? ¿acaso no pudo pensar en levantarse y salir detrás de Judas, cogerle del cuello y gritarle “traidor?... la templanza asegura el dominio de la ira. ¿cuántas veces nos escudamos con la escusa: es que soy así y así me tenéis que aguantar… pero es porque uno no se esfuerza en el dominio de sí sostenido por la gracia divina de la templanza. Son las dos cosas, hay que poner de mi parte y hay que pedir la gracia.
Cuantas veces delante de la debilidad humana uno se justifica diciendo que no puede, que las tentaciones son superiores a uno mismo. Primero, la Palabra de Dios dice: Dios no tienta más allá de las fuerzas de uno… es decir que si viene la prueba, con ella viene la fuerza para vencerla. Segundo, es muy fácil decir que el león me ha dado un zarpazo cuando uno se ha metido en la jaula… pues no te metas! Padre, la carne me tira, me gustan mucho las mujeres… y no me puedo controlar… Y ¿qué te crees… que a mi no me gustan?... la falta no está en la caída… sino en la falta de previsión. La falta de sano juicio está en meterse a jugar con la tentación. Sal corriendo!!
La templanza asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos… y si la voluntad es floja en la tentación, asegura el dominio para salir corriendo… padre, es que cada vez que paso por delante de la pastelería no me puedo frenar y siempre acabo devorando pasteles… ¿cuál sería el sano juicio? Cruzar a la acera de enfrente, y no pasar por delante. Si se que no tengo fuerza y siempre caigo en lo mismo, no te acerques. Hay un dicho que dice: “Quien juega con fuego se quema”.
Por eso Jesús dice: amaos unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. Mira a Jesús como opta por el amor limpio, honesto, sincero, sin rencor, sin preferencias, sin doblez. Ama a amigos y enemigos, ama aún en la traición, ama con verdadero amor. Esto sólo sale cuando uno se lo propone y de rodillas pide la gracia a Dios. Cuando uno reconoce delante de Dios que arrastrado por las pasiones no se acercaría a esa persona – por que provoca rechazo o repele – pero pide a Dios en la oración vencer su instinto de venganza, odio. O también reconocer que si hay una atracción desordenada e interesada, pedirle a Dios un amor ordenado, honesto y limpio.
La virtud es contraria al egocentrismo. La virtud eleva a la persona, la vivencia de las virtudes nos libera de tanto egoísmo y nos da un equilibro y paz interior que sólo tiene su fuente en Dios.
23 abr 2010
Pascua IV - Justicia

Queriendo dar a todos por igual, nos cerramos para recibir
P. Luis J. Tamayo
Estamos ya en el 4º domingo de Pascua. La Iglesia nos regala 50 días de Pascua para asimilar la grandeza de la resurrección de Cristo, para concluir este tiempo con la fiesta de Pentecostés. Todas estas semanas de Pascua son tiempo de asimilación. Recordamos que a los discípulos les costó entender que significó que Cristo había resucitado, por eso Cristo se apareció sucesivamente durante 50 días para confirmarles que estaba vivo y que a partir de este momento habían de acostumbrarse a relacionarse con él de manera distinta: desde la fe.
La pregunta vuelve a ser la misma: ¿Qué implica la resurrección en mi? Hemos decidido profundizar en las virtudes como un regalo de Cristo resucitado que nos capacita desde dentro a vivir de una forma nueva. Con la resurrección de Cristo en el corazón del hombre llegamos a descubrir que el cristianismo no es una obligación de normas que se me imponen desde fuera, sino que es el don y regalo de Cristo que desde dentro del corazón capacita para vivir con una nueva fortaleza la alegría de unos nuevos valores.
Esto es lo que la Iglesia cristiana Oriental ha llamado siempre como la divinización del hombre. A nosotros, en la Iglesia Latina se nos ha educado más desde el seguimiento de Cristo hasta la cruz… y poco se nos ha enseñado toda esta perspectiva del regalo que nos hace Dios de la divinización, es decir, de apropiarnos de la fuerza del resucitado para vivir con una nueva vitalidad el cristianismo.
Vivir las virtudes es participar de la divinización. San Ireneo habla del “maravilloso intercambio”: Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciese dios.
La virtud que hoy contemplamos es la justicia: Según el catecismo de la Iglesia, es la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que le es debido. La justicia para con Dios es el amor que le debemos (se traduce en dedicarle tiempo al diálogo con Él, cultivar la vida interior, conocer su Palabra, etc.) La justicia para con los hombres nos dispone a respetar a cada persona, promover la equidad y el bien común.
Muchas veces dar a cada persona lo que le es debido no es fácil. Encontrar el equilibrio de lo que es justo según el amor es realmente una capacidad que viene desde dentro. ¿Cuántas veces nos ponemos delante de las situaciones tomando partido? Es decir, no siendo justos ni equilibrados… la naturaleza nos lleva a inclinarnos por el que nos cae bien, nos lleva a favorecer a unos y a desinteresarnos por otros no afines a mis gustos.
Jesús resucitado viene a regalarnos la capacidad de un corazón justo, un corazón equitativo. Jesús viene a darte esa mirada serena frente a esa situación y con ella viene la intuición de lo que es justo y la fuerza para ello. Esto nace dese dentro por gracia. Hay que pedirlo en la oración.
En el evangelio Juan 10, 27-30 dijo Jesús: - “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano.”
Jesús conoce a todos por igual, nadie se escapa de su cuidado y amor. ¿Cuál es la justicia de Jesús? Es darle al hombre lo más grande que tiene y a todos por igual. Jesús nos viene a dar su vida eterna. “Yo les doy la vida eterna”, es decir, lo que es eterno y da la plenitud del corazón: el amor incondicional, el perdón sin regatear, la alegría de corazón… todo esto es tuyo porque Dios quiere regalártelo, sin mirar lo que tu haces, si cumples o no, si eres bueno o no, si te comprometes o no… puesto que la justicia es, como veíamos arriba, dar a cada uno lo que le es debido. Jesús dice en el evangelio de Mateo (5, 45): “El Padre hace salir el sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre los justos e injustos”.
Entre los hombres nos hacemos daño y a veces pides perdón y no te lo dan, pues se guardan resentimientos, sin embargo, ¿a quien se le niega el perdón cuando acudes al sacramento de la reconciliación, a pesar de las faltas de amor que acumulamos contra Él? Entre nosotros si ignoras a alguien y lo desatiendes, luego si buscas que te reciba te llamará interesado, sin embargo, ¿a quien de nosotros se le niega la eucaristía cuando vas a comulgar, a pesar de habernos olvidado tantas veces de Jesús?
Él no se frena en dar, Él da todos, pero también su justicia es dar a cada uno lo que quiera recibir. No es que Él no de, sino que yo no quiero recibir de Él muchas veces, entonces Jesús en su justicia y equidad no fuerza. Se duele, se entristece, pues queriendo dar a todos por igual, muchos de nosotros nos cerramos para recibir. Esto es un corazón duro, un corazón autosuficiente, un corazón que a la larga se hace injusto puesto que no quiere recibir lo que le toca por amor.
18 abr 2010
Pascua III - Fortaleza

FORTALEZA: Firmeza en las dificultades
Estamos en el tercer domingo de Pascua. Recordamos que así como la Iglesia nos dio 40 días de Cuaresma para la preparación de la Semana Santa ahora nos regala 50 días de Pascua para asimilar la grandeza de la resurrección de Cristo y lo que a nosotros nos implica, para concluir con Pentecostés (la venida del Espíritu Santo a los hombres).
El tiempo de Pascua empieza con el Domingo de Resurrección, culmen de la semana santa. Estas semanas siguientes son tiempo de asimilación. A los discípulos les costó entender que significó que Cristo había resucitado, por eso Cristo se apareció sucesivamente durante 50 días para confirmarles que estaba vivo y que a partir de este momento habían de acostumbrarse a relacionarse con él de manera distinta: una nueva relación, desde la fe, desde la vida interior y espiritual.
La pregunta ahora es: ¿Qué implica la resurrección en mi?
Me encanta preguntar a los niños, pues desde su inocencia son geniales. El otro día en la misa de los niños les preguntaba: si Jesús ha resucitado ¿dónde ha resucitado? ¿dónde se encuentra ahora? Uno espera que le digan: “en el cielo”, pero una niña respondió: “Jesús ha resucitado en mi corazón”. Esta es la locura de la resurrección que Cristo ha resucitado y para siempre se quedó presente en mi, en la comunidad, en la Historia. Sus palabras son estas: “Ya no soy yo quien vive, sino es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20) – presente en mi; “Cuando dos o más se reúnen en mi nombre ahí estoy yo presente” (Mt ) – en la comunidad; “Estaré con vosotros hasta el fin de la historia”(Mt 28,20) – y en la historia. Esta es la realidad, quiera o no reconocerle, me de cuenta o no, me lo crea o no… Él está vivo en mi y en ti. Nada se le escapa.
Esto tiene unas implicaciones muy fuertes pues nos ayuda a entender que la religión no es una moral del deber, del tener que… Tengo que ser honesto, no tengo que decir mentiras, tengo que perseverar, Una religión desde el peso del “tengo que”, el peso de la ley se convierte en una moral que se hace una carga. No es algo que libere, sino que se hace una carga. Así nos va a los cristianos que ponemos cargas unos a otros.
¿Quién no ha vivido este comentario? “Mira que hacer eso, ¿no entiendo para que vas a misa?”... es decir que al final es que por ser cristiano uno tiene que ser perfecto. Más que animarnos nos desanimamos mutuamente. (chiste)
El evangelio dice (Jn 21, 1-14): “No sabían que era Jesús”, pero Jesús no le recrimina a Pedro que no le reconoce… sino que Él vino a su vida para capacitarle, para abrirle los ojos: “Yo se que tu no puedes, pero yo en ti si puedo. Yo vengo a capacitarte desde dentro a vivir una vida nueva”.
¿Por qué estas homilías en Pascua sobre las virtudes? (Fortaleza, justicia, templanza y prudencia) Porque no es algo que se me impone desde fuera, sino que la fuerza de la presencia de Jesús en tu corazón viene a capacitare para vivirlas. No es una norma del “tener que”, sino es la alegría de que estás capacitado para vivir de una forma nueva, desde una fuerza que brota de dentro, la fuerza del resucitado.
La fortaleza: es la virtud que asegura la firmeza en las dificultades y la constancia en la búsqueda del bien. Es la fuerza para resistir a las tentaciones y superar los obstáculos en la vida. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, de hacer frente a las pruebas y persecuciones. (Catecismo nº 1808)

Pedro dice: “me voy a pescar”, es decir, como Jesús ha muerto tiro la toalla y me vuelvo a la vida de antes… ¿para que todo esto? No tiene sentido. Jesús viene a traerle la fortaleza desde dentro. Cuando yo quiero tirar la toalla… abre los ojos!, párate!, reflexiona! pues está Cristo resucitado dentro de ti dándote la fuerza para perseverar, para vencer el temor, para seguir tu compromiso.
Jesús les dice: “¿tenéis pescado?”, es decir, ¿has conseguido algo con volver a lo de siempre?. Ellos contestaron: “No”… Entonces Jesús les dice: “Echad la red a la derecha y encontrarás”, es decir, vuelve a seguirme, intenta seguir mis pasos y ya verás que ahora puedes, pues yo te doy la fuerza desde dentro. Pedro, antes me seguías desde el voluntarismo, ahora date cuenta que soy yo quien te capacito desde dentro.
Entonces Pedro le reconoce, y Jesús le dice: “traed los peces que acabáis de coger”. Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes… Pedro experimento en sí una fortaleza para perseverar y arrastrar a otros hacia Cristo. La fortaleza está en ti, es Cristo dentro quien te da la fuerza para resistir las tentaciones y superar los obstáculos en la vida. La virtud de la fortaleza te hace capaz de vencer el temor, de hacer frente a las pruebas de la vida.
La fortaleza y la perseverancia no es algo que yo me doy a mi mismo, por eso es una virtud. La virtud como veíamos el domingo pasado se consigue a través del esfuerzo sostenido por la gracia recibida en la oración. La vivencia de las virtudes es Cristo actuando en mi. Es importante entender que no es ese “vamos ahora a ser virtuosos” como una carga más a ver si alcanzo algo imposible… sino que las virtudes están ya en ti como potencia, están en la fuerza del resucitado y de uno depende el querer vivirlas y desarrollarlas.
11 abr 2010
Pascua II

3 abr 2010
Resurrección!!
Toda la historia de la salvación en la Biblia desemboca en este punto: En que María Magdalena, en que los discípulos de Emaús, en que Juan, Pedro, Santiago, y tantos otros, se encuentran con Jesús resucitado, y experimentan el perdón que salva, el amor que restaura, la misericordia que levanta.
La fe en el resucitado da unas claves muy útiles para entender la vida humana. Necesitamos algo que de sentido a toda nuestra historia. Sin algo que explique todo lo que pasa en nuestras vidas y en el mundo en general, la vida se vuelve absurda. Muchos interrogantes invaden nuestra mente y nuestro corazón. Porque tanto dolor. Porque mi pecado. Porque caí donde caí. Porque tantas lágrimas derramadas. Porque la muerte, la enfermedad, el pecado, la desdicha.
Cuando el hijo prodigo regresó a la casa del padre destrozado, roto por dentro, en la profunda experiencia de la soledad y la ruptura interior, también tendría muchas preguntas que hacerse a sí mismo, incluso algún reproche a su Padre. ¿por qué hice lo que hice? ¿por qué hago lo que no quiero y lo que quiero no sale?... Papá ¿por qué me dejaste marchar? ¿Cómo eres tan inconsciente que me diste todo lo que te pedí?
En ese momento, seguro que el hijo no entendió que todo lo que había vivido era necesario. Cuantas veces nos han dicho: por ahí no… y nos dio igual. Sólo, hasta que uno se da el morrazo es cuando se aprende la lección. Muchas veces las caídas, los golpes de la vida, son muy necesarios en la vida. Son lecciones magistrales de las que aprendemos mucho más que cuando nos dan las instrucciones. La luz de la fe nos ayuda a resituar toda nuestra historia como una historia de salvación, y sólo cuando encontramos mucho amor de Dios, nos damos cuenta que todo lo vivido ha sido necesario para descubrir la gratuidad de tanto amor.
“Tengo por bien reído lo reído, y por bien llorado lo llorado. Porque al final del tiempo he descubierto, que lo que el árbol tiene de florido, le viene de lo que tiene sepultado”.
La vida promiscua de la Magdalena, la avaricia de Mateo, las dudas de Tomás, la locura de Saulo persiguiendo cristianos, las negaciones de Simon… todo había sido necesario para descubrir que solo el amor resucitado de Cristo podía atravesar la barrera del miedo y conquistar la libertad de estos para una vida nueva. Solo el amor resucitado de Cristo podía atravesar la barrera de la muerte de una vida promiscua, la barrera de la muerte que supone la avaricia y el egoísmo, la barrera de la muerte que supone una vida llena de temores y pesimismo… Jesús entra en toda esa miseria humana y le da un vuelco, lo resucita, lo transforma, lo levanta. Cuando Cristo entra comienza algo nuevo: la Magdalena de ser una buscadora de amores por las calles, pasa a ser la de un solo amor en Cristo; mateo el que sólo recauda impuestos lleno de avaricia, pasa a “recaudar” y coleccionar detalles de la vida de Jesús para escribir el Evangelio; Saulo el perseguidor de cristianos, ahora es Pablo el evangelizador de gentiles; Simón quien le negará tres veces, ahora es Pedro la cabeza de la Iglesia.
¿Qué pasó en esas personas que provocó un antes y un después? La experiencia de un amor tan fuerte capaz de conquistar la libertad humana y ganarla para sí. Este es el poder de la resurrección.
¿Por qué Dios no tiene más fuerza en mi? Quizás aún esté demasiado atrapado en mis miedos, en mis vicios, en mi orgullo, y no le dejo entrar todo lo que Él quisiera entrar en mi corazón.
Déjale entrar, déjate amar, déjate abrazar ahí dónde aún tienes resistencias, dónde aún tienes miedos, dónde aún sientes vergüenza, deja que su amor resucitador penetre y su Luz alcance tu oscuridad. Déjate resucitar ahí dónde hay aún muerte… esto lo hace el milagro de la confesión… sacar a la luz las heridas que son de muerte y ponerlas a la luz de su amor sanador.
Y desde aquí comenzar con un compromiso nuevo, con nuevas fuerzas, con una nueva ilusión. La gracia resucitadora te levante, te de el entusiasmo, la alegría para seguir a Cristo en tu vida. Ya no eres Simón, eres Pedro un hombre nuevo. Ya no eres “la Magdalena”, eres María Magdalena una mujer nueva. Ya no eres Saulo, eres Pablo, un hombre nuevo.