3 abr 2010

Resurrección!!

Toda la historia de la salvación en la Biblia desemboca en este punto: En que María Magdalena, en que los discípulos de Emaús, en que Juan, Pedro, Santiago, y tantos otros, se encuentran con Jesús resucitado, y experimentan el perdón que salva, el amor que restaura, la misericordia que levanta.

La fe en el resucitado da unas claves muy útiles para entender la vida humana.  Necesitamos algo que de sentido a toda nuestra historia. Sin algo que explique todo lo que pasa en nuestras vidas y en el mundo en general, la vida se vuelve absurda. Muchos interrogantes invaden nuestra mente y nuestro corazón. Porque tanto dolor. Porque mi pecado. Porque caí donde caí. Porque tantas lágrimas derramadas. Porque la muerte, la enfermedad, el pecado, la desdicha.

Cuando el hijo prodigo regresó a la casa del padre destrozado, roto por dentro, en la profunda experiencia de la soledad y la ruptura interior, también tendría muchas preguntas que hacerse a sí mismo, incluso algún reproche a su Padre. ¿por qué hice lo que hice? ¿por qué hago lo que no quiero y lo que quiero no sale?... Papá ¿por qué me dejaste marchar? ¿Cómo eres tan inconsciente que me diste todo lo que te pedí?

En ese momento, seguro que el hijo no entendió que todo lo que había vivido era necesario. Cuantas veces nos han dicho: por ahí no… y nos dio igual. Sólo, hasta que uno se da el morrazo es cuando se aprende la lección. Muchas veces las caídas, los golpes de la vida, son muy necesarios en la vida.  Son lecciones magistrales de las que aprendemos mucho más que cuando nos dan las instrucciones. La luz de la fe nos ayuda a resituar toda nuestra historia como una historia de salvación, y sólo cuando encontramos mucho amor de Dios, nos damos cuenta que todo lo vivido ha sido necesario para descubrir la gratuidad de tanto amor.

“Tengo por bien reído lo reído, y por bien llorado lo llorado. Porque al final del tiempo he descubierto, que lo que el árbol tiene de florido, le viene de lo que tiene sepultado”.

La vida promiscua de la Magdalena, la avaricia de Mateo, las dudas de Tomás, la locura de Saulo persiguiendo cristianos, las negaciones de Simon… todo había sido necesario para descubrir que solo el amor resucitado de Cristo podía atravesar la barrera del miedo y conquistar la libertad de estos para una vida nueva. Solo el amor resucitado de Cristo podía atravesar la barrera de la muerte de una vida promiscua, la barrera de la muerte que supone la avaricia y el egoísmo, la barrera de la muerte que supone una vida llena de temores y pesimismo… Jesús entra en toda esa miseria humana y le da un vuelco, lo resucita, lo transforma, lo levanta. Cuando Cristo entra comienza algo nuevo: la Magdalena de ser una buscadora de amores por las calles, pasa a ser la de un solo amor en Cristo; mateo el que sólo recauda impuestos lleno de avaricia, pasa a “recaudar” y coleccionar detalles de la vida de Jesús para escribir el Evangelio; Saulo el perseguidor de cristianos, ahora es Pablo el evangelizador de gentiles; Simón quien le negará tres veces, ahora es Pedro la cabeza de la Iglesia.

¿Qué pasó en esas personas que provocó un antes y un después? La experiencia de un amor tan fuerte capaz de conquistar la libertad humana y ganarla para sí. Este es el poder de la resurrección.

¿Por qué Dios no tiene más fuerza en mi? Quizás aún esté demasiado atrapado en mis miedos, en mis vicios, en mi orgullo, y no le dejo entrar todo lo que Él quisiera entrar en mi corazón.

Déjale entrar, déjate amar, déjate abrazar ahí dónde aún tienes resistencias, dónde aún tienes miedos, dónde aún sientes vergüenza, deja que su amor resucitador penetre y su Luz alcance tu oscuridad. Déjate resucitar ahí dónde hay aún muerte… esto lo hace el milagro de la confesión… sacar a la luz las heridas que son de muerte y ponerlas a la luz de su amor sanador.

Y desde aquí comenzar con un compromiso nuevo, con nuevas fuerzas, con una nueva ilusión. La gracia resucitadora te levante, te de el entusiasmo, la alegría para seguir a Cristo en tu vida.  Ya no eres Simón, eres Pedro un hombre nuevo. Ya no eres “la Magdalena”, eres María Magdalena una mujer nueva. Ya no eres Saulo, eres Pablo, un hombre nuevo.

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