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4 jun 2011

La Ascensión, REFLEXION Evangelio Semanal

Os conviene que yo me vaya
P. Luis J. Tamayo

Los discípulos lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.» (Hechos 1,1-11)
Durante todos estos domingos de Pascua hemos ido diciendo que toda la intención de Jesús-resucitado es afirmar su presencia en la Iglesia de una forma nueva. El sabía que después de la resurrección ya no le íbamos a tener entre nosotros como hombre sino que su humanidad gloriosa iba a tomar otra presencia. Jesús nos prometió estar presente en nuestro corazón con el Espíritu Santo.

Para ello Jesús dice en el Evangelio de Juan (capítulo 16) “Os conviene que yo me vaya. Por que si yo no me voy, no vendrá a vosotros el Consolador, el Espíritu que os guiará hasta la verdad.”
Esto es lo que celebramos hoy en la Ascensión. Jesús en su cuerpo resucitado se eleva a los cielos para estar en la Gloria del Padre y juntos enviarnos al Espíritu Santo. El mayor regalo de Jesús es el don del Espíritu Santo que celebramos en Pentecostés el domingo que viene, mientras tanto, la Ascensión es ese gesto de Jesús de ‘esconderse’ definitivamente junto al Padre para que nos llegue el don del amor de Dios.

La ausencia de Jesús por la Ascensión nos trae su presencia permanente por el don del Espíritu en Pentecostés.

La fiesta de la Ascensión nos habla de la ausencia que se hace presencia. Fijaos como en los evangelios de las apariciones de Jesús a sus discípulos, en el momento en que ellos le dejan ir es el momento en que se capacitan para reconocerle. Le encuentran en su ausencia.

Un ejemplo muy sencillo en un plano humano: una mamá del barrio que tiene a su hijo ahora en Inglaterra estudiando inglés por varios meses me dice que es ahora que le hecha de menos cuando más le valora. Mientras esta por casa es el travieso… ahora que está ausente es la ‘joya’ de la familia… La ausencia nos hacen percibir más claramente la presencia del otro; en la ausencia aprendemos a ver y a valorar lo que en la presencia no vemos por tenerlo tan obvio.
Vemos claramente en los evangelios como cuando Jesús desaparece la fe en los discípulos se hace más clara, su presencia se hace sentir en el gozo profundo del corazón, se saben acompañados por Él para siempre. “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” (Mt 28,16-20)

Este es el misterio de nuestra fe… si queremos retener a Jesús sólo por medio de sentirle, si queremos controlar la vida de la fe por medio de las practicas religiosas… (ej. como voy a misa todos los domingos tranquilizo mi conciencia) no le encontraremos, pues a Jesús no se le puede controlar. Su Presencia es mucho más que meros sentimientos o mis cumplimientos. El es plenamente Otro con la libertad de hacerse sentir o no cuando Él quiere y como quiere. Es cuando le dejamos ir, es cuando nos desprendemos de la necesidad de sentimientos y le dejamos ser totalmente Otro, entonces le descubrimos presente.

29 may 2011

VI Pascua, REFLEXION Evangelio Semanal

Yo soy tu defensor (Misa de los jóvenes)

P. Luis José Tamayo

“Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros.” Juan 14, 15-21

Llevamos todo este tiempo de Pascua diciendo que Jesús busca afirmar su presencia en la Iglesia de una forma nueva. El sabía que después de la resurrección ya no le íbamos a tener entre nosotros como hombre sino que su humanidad gloriosa iba a tomar otra presencia. Jesús nos prometió estar presente en nuestro corazón con el Espíritu Santo.

Jesús en el Evangelio de hoy nos habla de la promesa de un defensor que estará siempre con nosotros. Y así fue. El pidió al Padre que nos enviara al Espíritu Santo que es el que nos asiste y protege a la Iglesia. A veces lo hace hasta de forma milagrosa: El otro día alguien me decía de forma irónica: Realmente yo creo en la existencia del Espíritu Santo que guía y protege a la Iglesia… por que a pesar de todas las meteduras de pata de los curas, la Iglesia sigue existiendo.

Y quien no ha sentido que Dios, como defensor, protege también tu vida y de una forma especial te ha sacado adelante en una enfermedad, te ha protegido de una calamidad, o te ha sacado milagrosamente de un accidente. Yo mismo, cuando era un chaval tenía una moto vespa, y la verdad, creo que conducía un poco alocado… siempre me ha gustado la velocidad, la sensación de chaval de ir por la carretera adelantando a los coches… bueno… Mi madre siempre me decía, con lo alocado que vas tu tienes a tu ‘ángel de la guarda’ agotado, haciendo siempre horas extras.

¿Quién no ha tenido una experiencia de sentirse con dificultad y en un momento dado ser defendido por alguien? Los sentimientos que salen cuando eres defendido son los de gratitud y fortaleza. Hoy día es muy común enviar a un hijo a estudiar al extranjero por un año entero. Pero hace 25 años atrás no era tan común. Recuerdo que cuando tenía 17 años mi madre quería mandarme a estudiar a USA pese a la oposición de otros miembros de la familia. ¿Estas segura de lo que haces? Siempre escucho a mi madre como la gente le ponía reparos, sin embargo, ella siempre salía en mi defensa… es una experiencia única, seguro que lo va a aprovechar al máximo… etc. A mi me llenaba de satisfacción encontrar a mi madre que salía en mi defensa y me apoyaba en todo aquello que fuera para mi crecimiento y formación.

En cuanto a la fe, cuando Jesús nos prometió que el enviaría al Espíritu Santo como tu Defensor, era justamente para apoyar y defender tu vida de fe, el crecimiento y madurez como cristiano. El Espíritu Santo es defensor de tu integridad como persona, defiende el amor que hay en tu corazón. Jesús le llama el Espíritu de la verdad. Y dice en el Evangelio El mundo no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros.”

Hablando con un chaval hace poco, me contó una experiencia que me llamó la atención: estaba en una fiesta en un local, lleno de chavales de su edad, la mayoría gente del colegio. Gente maja, chavales y chavalas de buenos colegios. Cuando salieron unos amigos a fumar un pitillo, entre ellos había uno que sacó unas pastillas del bolsillo y les ofreció. Eran éxtasis. El chaval me dijo que sintió una voz por dentro muy fuerte diciéndole, sal de ahí, no te metas en ese lío, déjales. Y me contaba que así lo hizo. Se fue como si nada. El me contaba que sintió que era una voz interior protegiéndole del lío. Y es que el Espíritu de Dios sabe bien protegernos, pues sólo busca que disfrutes la vida de una forma sana.

¡Cuántas veces cuando uno se ha enfadado con sus padres por un ataque de orgullo, uno siente como esa voz interior que te empuja a pedir perdón! Y cuando lo haces te llena de satisfacción y alegría. El Espíritu es el de la fortaleza, el de la alegría, el del entusiasmo… Cuántas veces cuando uno quiere tirar la toalla, y sientes al Espíritu trabajando dentro de tu corazón como una ráfaga de ánimo y fortaleza que te lleva a seguir luchando y dar pasos hacia delante…

Por eso Jesús dijo: Yo me voy, pero no os dejaré solos, os prometo un Defensor… El Espíritu que defenderá el amor en tu corazón, que llevará la verdad en tu vida por delante, que te ayudará a alcanzar la madurez como persona y, en definitiva, como cristiano. vosotros, en cambio, lo conocéis, porque está con vosotros.

No sofoques la voz del Espíritu en tu corazón, no lo acalles!

22 may 2011

V Pascua, REFLEXION Evangelio Semanal


“Yo soy el camino, la verdad y la Vida. Presencia en la oración”
P. Luis J. Tamayo

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «…Que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.»
Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Jesús le responde: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. (Juan 14, 1-12 )

Vamos explicando en todos estos domingos de Pascua que cuando Jesús resucitado dice: “YO SOY!” Jesús mismo quiere reafirmar su presencia en la Iglesia de una forma nueva. Ya no le vemos en la carne de la humanidad sino que su humanidad gloriosa toma otra presencia que supera nuestros esquemas. El resucitado está presente en la historia, en la Iglesia, de una forma nueva. Jesús está presente (ver los domingos anteriores de Pascua) en el sacramento de la reconciliación, en medio de la Comunidad de fe y por medio del sacerdote. En este domingo Jesús nos dice: Yo me hago presente por medio de la oración.
La oración es el deseo de Jesús del encuentro personal: que “donde estoy yo, estéis también vosotros”. El encuentro de corazón a corazón. Cuando hay amor lo que quieres es estar con la persona amada. Recuerdo, hace años, el día que marchaba a filipinas de misiones. En el aeropuerto, al despedirme de mi madre, sentí como si ella se hubiese querido venir conmigo. Así es el amor, que le cuesta la distancia, que llora la separación. El amor desea la cercanía, la presencia del amado.
Es lógico que uno le pregunte al resucitado lo mismo que los discípulos: ¿dónde estás para estar yo contigo? En el silencio de la oración, presente en tu corazón, y como diría algún santo: en los latidos de tu corazón.
Jesús afirma su presencia en la oración diciendo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí”. Yo soy el camino al Padre.
San Agustín añadía en boca de Jesús: “Yo soy el camino que conduce a la verdadera vida”. Esta mañana hemos ido a ver una casa de espiritualidad de las Agustinas, y a la entrada tenían un gran cartel de palabras de San Agustín (de las Confesiones): “Nos hiciste Señor para Ti, e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en Ti”. Él es el camino que conduce a la verdadera vida. Él es el camino que conduce al verdadero descanso.
Pero fijaos es sorprendente que el camino no lo inicia el hombre, sino que es él quien da el primer paso, que tiene la iniciativa, que inicia el camino. El Catecismo, haciendo referencia al encuentro de Jesús con la Samaritana, lo expresa muy bien (n. 2560) “Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber (…) La oración es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre.” La oración no es sólo el esfuerzo del camino que yo tengo que hacer, sino que es un camino donde el da el primer paso y me toma de la mano para caminar.

14 may 2011

IV Domingo de Pascua

Yo soy el Buen Pastor. La fe en los sacerdotes como puerta abierta al encuentro con Cristo.

P. Luis J. Tamayo

Desde el Domingo de resurrección hasta Pentecostés tenemos los 7 domingos que dura la Pascua. Ya os comenté que para este tiempo quiero proponer un camino en el que podamos renovar y confirmar nuestra fe en la presencia del resucitado en la Iglesia. A través de la afirmación contundente de Jesús resucitado cuando dice: YO SOY! El busca reafirmar su presencia en la Iglesia de una forma nueva.

Si hace dos domingos Jesús afirmaba su presencia mediante el “Yo soy la divina misericordia” (Jn20, 19-31) y la posibilidad de encontrarle vivo en el mismo sacramento de la reconciliación, el domingo pasado afirmaba su presencia en nuestras comunidades de fe mediante el “Yo estoy (soy) en medio de la Comunidad” (Lc24, 13-35).

Este domingo, Jesús afirma su presencia en la vida de la Iglesia de una forma preciosa, como pastor de su rebaño, por medio del sacerdote cuando dice: “Yo soy el Buen Pastor” (Jn10, 1-10). Hablando del buen pastor. Jesús dice: “las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”.

Este texto es una llamada tanto para la fe de los fieles en el sacerdote, como para el sacerdote en el encargo de su ministerio. Si para el sacerdote nos pide caminar por delante, por medio de la palabra y las obras, dando ejemplo y animando - como una puerta abierta de encuentro hacia Dios; para los fieles es importante ver en el sacerdote aquel a quien pedir consejo, o donde acudir en busca de luz, apoyo o ánimo. El pastor debe de conocer a sus ovejas, pero la oveja debe dejarse conocer.

Muchas veces me ha ayudado a valorar más mi vocación al sacerdocio, el aprecio y valor que otras personas me han mostrado. Yo ya intentaba valorar mi vocación, pero he llegado a ver seglares con tanto amor y aprecio por el sacerdocio que para mi ha sido siempre motivo de conversión. En mi primera misa, después de ordenado, cuando tuve el “besa manos” y vi a esa madre que me besaba las manos con tanta reverencia… o aquella persona que me dijo: “Padre nunca abandone su ministerio, no sabe la necesidad de sacerdotes que tenemos. Rezaré por usted siempre. Usted es representante de Cristo”.

Pio XII en la encíclica Mediator Dei dice: “El ministro posee en verdad el papel del mismo sacerdote, Cristo Jesús… goza de la facultad de actuar por el poder de Cristo mismo a quien representa”. Y el Catecismo (n.1549) nos enseña que “por el ministerio ordenado, especialmente por el de los obispos y los presbíteros, la presencia de Cristo como cabeza de la iglesia se hace visible en medio de la comunidad de los creyentes”.

Estas palabras de Jesús son una invitación a poner nuestra confianza en el sacerdote, no sólo como la cabeza visible de la comunidad de fe, como algo distante que celebra los sacramentos y nos sirve, sino como un don de Dios para el crecimiento de tu vida cristiana, como una puerta siempre abierta de acceso al encuentro con Dios, como un regalo para ti como muestra del amor de Dios, como un acompañante para la vida de fe… si de hecho estamos en los momentos más importantes de la vida de ana persona, desde que nace por el bautismo, luego la primera comunión, la confirmación, el matrimonio, cuando uno está enfermo, y en la muerte… La pena es que uno relegue la presencia del sacerdote en su vida sólo a estos pocos momentos. ¿Y por que no traer al sacerdote al día-día de la familia? Que bonito cuando se le invita a bendecir una casa, a participar de una comida familiar, a ver un partido de futbol, o a salir a montar en bicicleta. Así como Dios te muestra su amor poniendo a tu alcance a la persona de Cristo por medio del sacerdote, tu también puedes expresarle tu amor Dios por medio de cuidar a tus sacerdotes.

Para concluir, el Catecismo dice una cosa preciosa (n.1550) “Esta presencia de Cristo en el ministro no debe ser entendida como si éste estuviese exento de todas las flaquezas humanas... Si bien Dios garantiza en él su presencia viva y real por medio del sacramento, también es cierto que el sacerdote es un ser humano, y por lo tanto con flaquezas. Quizás si esto lo entendiéramos, nuestra labor sería más que la de criticar, la de apoyar, sumar, ayudar en la labor apostólica de la comunidad parroquial. El sacerdote no lo puede hacer todo, se cansa, como cualquier otro. Qué grande es sentir que uno ayuda a Cristo cuando se pone a disposición del sacerdote de su parroquia o comunidad para cualquier labor.


- Para los próximos domingos nos queda ver las afirmaciones de Jesús: Yo soy el camino, la verdad y la vida Jn14, 1-2 (la oración); Yo soy tu defensor (dirección espiritual); Yo estoy (soy) con vosotros todos los días Jn14, 15-21 (el apostolado) (la Ascensión); y, finalmente, Yo soy quien os envío de la mano del Espíritu Jn20, 19-23 (Pentecostés).

8 may 2011

III Domingo de Pascua

Yo estoy en medio de la Comunidad - Lc24, 13-35 (la Comunidad de Fe)

P. Luis José Tamayo

Hoy celebramos el tercer domingo de Pascua. Ya decíamos el domingo pasado que en la Pascua celebramos el triunfo de Cristo. Los efectos salvíficos y la gracia santificante de Cristo obra en nosotros no a través de la muerte, sino gracias a la superación de la muerte. Es su resurrección, su presencia real y viva hoy, lo que garantiza su obra renovadora en la vida del hombre. Por eso celebramos y afirmamos nuestra fe, sobre todo, en la presencia activa de Cristo glorificado en el ahora de la Iglesia.

Cristo mismo afirma su presencia real entre nosotros de una forma nueva por medio de su Palabra; Él, en su Palabra, nos dice de nuevo YO SOY, YO ESTOY VIVO pero en una forma nueva. Cada vez que dice ‘yo soy’, nos habla de una forma nueva de presencia y para nosotros implica un acto de fe y de adhesión a él para llegar a participar de los beneficios de la resurrección ahora.

Si la semana pasada, Tomás cambió de la duda a la fe, de negar pasó a afirmar; hoy los discípulos de Emaus (Lc 24, 13-35) recorren ese camino que va del miedo a la perseverancia, de la soledad del sin sentido a la alegría de la comunidad de fe. Jesús les ayudó a REAFIRMAR SU FE en Él y ello se concretó en su retorno a la comunidad de discípulos de Jerusalén. Os voy a poner un fragmento del texto bíblico para verlo detenidamente:

Jesús se puso a explicarles todos los pasajes de las Escrituras que hablaban de él, comenzando por los libros de Moisés y siguiendo por todos los libros de los profetas. Al llegar al pueblo adonde se dirigían, Jesús hizo como si fuera a seguir adelante; pero ellos le obligaron a quedarse, diciendo: –Quédate con nosotros, porque ya es tarde y se está haciendo de noche. Entró, pues, Jesús, y se quedó con ellos. Cuando estaban sentados a la mesa, tomó en sus manos el pan, y habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio. En ese momento se les abrieron los ojos y reconocieron a Jesús; pero él desapareció”.

Fue por medio de dos cosas que ellos reconocieron a Jesús presente: la explicación de la Escritura y el pan compartido. ¿A caso no son estos los dos elementos principales de la Eucaristía dominical? Es en la Iglesia, la Comunidad de fe, o la Parroquia en donde alimentamos la fe en su presencia viva, es ahí donde redescubrimos semana tras semana la presencia viva del resucitado.

El texto continúa diciendo: “Se dijeron el uno al otro: –¿No es cierto que el corazón nos ardía mientras nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras?

El fruto final de buscar el encuentro con Jesús en la comunidad de fe es la alegría del corazón. No es sólo asistir a la misa dominical, sino el participar activamente de la vida de la comunidad, es lo que alimenta el encuentro con Cristo. Participar, comprometerse, sumar, animar la vida de fe en comunidad hace que el resucitado se haga presente de una forma intensa en el corazón del creyente.

Sin esperar a más, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once apóstoles y a los que estaban con ellos. Estos les dijeron: –Verdaderamente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón. Entonces ellos contaron lo que les había pasado en el camino, y cómo reconocieron a Jesús al partir el pan.”

El texto añade que no pudieron más que volver y formar parte de la Comunidad de Jerusalén, dando testimonio de su encuentro con Jesús.

Vivir una vida resucitada es una vida en la que se vive la fe en Comunidad. Vivir la fe en el resucitado es un acto de fe en Él que hoy nos dice: Cuando dos o más se reúnen en mi Nombre YO ESTOY en medio de ellos. Participar de forma asidua y activamente de la vida parroquial es hacer efectiva esta fe del encuentro con Cristo por medio de la Iglesia.

2 may 2011

II Pascua, REFLEXION Evangelio Semanal

YO SOY la Divina Misericordia
P. Luis J. Tamayo

¿Qué es el tiempo de pascua?

Es una fecha simbólica, equivalente a siete semanas, signo de plenitud que supone la resurrección de Cristo. De hecho, el día 50, el domingo de Pentecostés, los discípulos recibieron la plenitud del Espíritu Santo.

En la Pascua celebramos el triunfo de Cristo. Su sacrificio ejerce sus efectos salvíficos no a través de la muerte, sino gracias a la superación de la muerte. Por eso celebramos y afirmamos nuestra fe, sobre todo, en la presencia activa de Cristo glorificado en la Iglesia. Su presencia se afirma desde Su Palabra con el YO SOY: Cada vez que dice ‘yo soy’, nos habla de una forma nueva de presencia y para nosotros implica un acto de fe y de adhesión a él para llegar a participar de los beneficios de la resurrección ahora.

Si el domingo pasado celebramos la Resurrección del Señor (los primeros testigos fueron María Magdalena, Pedro y Juan delante de la tumba vacía) en estos 7 domingos siguientes os propongo un camino de confirmar nuestra fe en la presencia del resucitado en la Iglesia a través del YO SOY. El resucitado se hace presente, de una forma nueva, a través de los medios de perseverancia que la Iglesia nos ofrece. En la medida que asumo estos medios como míos me adentro en una experiencia de fe y encuentro personal con Él cada vez más viva.

El evangelio de hoy afirma: Yo soy la divina misericordia Jn20, 19-31 (sacramento de la reconciliación); y los siguientes domingos: Yo estoy (soy) en medio de la Comunidad Lc24, 13-35 (la Comunidad parroquial); Yo soy el Buen Pastor Jn10, 1-10 (el sacerdote); Yo soy el camino, la verdad y la vida Jn14, 1-2 (la oración); Yo soy tu defensor (dirección espiritual); Yo estoy (soy) con vosotros todos los días Jn14, 15-21 (el apostolado) (la Ascensión); y, finalmente, Yo soy quien os envío de la mano del Espíritu Jn20, 19-23 (Pentecostés).

A Jesús no le importó la falta de fe, las dudas, o el pesimismo de Tomás. Jesús no le recriminó el que no creyese, Jesús vino a enseñarle una nueva actitud frente a la vida. “Tomás a partir de ahora has de ver tu vida con ojos nuevos, no puedes regirte como hasta ahora lo has hecho”; pero yo te voy a ayudar… dame tu mano, dame tu dedo… YO SOY!!

Tomás cambió, de la duda pasó a la fe, del miedo pasó a la perseverancia, de negar pasó a afirmar, REAFIRMÓ SU FE en Él. La fe en el resucitado da fruto en nuestras vidas si es usada todos los días. Cristo ha resucitado, esta es la verdad de nuestra fe, y esta fe hay que aplicarla todos los días de nuestra vida. Por eso cada domingo profesamos nuestra fe en el Credo de la Iglesia.

Érase una vez un sacerdote y un fabricante de jabón que estaban dando un paseo. El fabricante de jabón le dijo: "Padre, ¿para qué sirve la religión? Mire la miseria y las guerras y el sufrimiento que hay en el mundo. Después de tantas oraciones, sermones y enseñanzas todo sigue igual. Si la religión es buena y verdadera, ¿por qué todo sigue igual?" Siguieron caminando y se encontraron con un niño todo sucio.

El sacerdote le dijo al fabricante de jabón: "Mire ese niño. Usted dice que el jabón limpia pero ese niño sigue estando sucio. ¿Para qué sirve el jabón?". El fabricante de jabón le contestó: "Padre, el jabón no puede evitar la suciedad a no ser que sea usado todos los días." Exacto replicó el sacerdote, exacto.

Vivir la fe en el resucitado es un acto de fe en Él: YO SOY la divina misericordia. Practicar el sacramento de la reconciliación de forma asidua es hacer efectiva esta fe en la misericordia divina.

(ver: http://www.aciprensa.com/fiestas/misericordia/homilia02.htm)