11 abr 2010

Pascua II

Quien te creó sin ti, no te salvará sin ti.
(P. Luis J. Tamayo)
Después de la semana Santa estamos en el tiempo de Pascua. ¿Qué es este tiempo pascual? Dos cosas: Primero, es el tiempo en el que Jesús se aparece a sus amigos y discípulos durante 50 días para confirmarles que Él está vivo, que ha vencido a la muerte y para acostumbrarles a reconocerle de una forma nueva, desde la fe. Y segundo: para ayudarles a entender que todos estamos llamados a participar de la vida resucitada ya en el aquí y ahora. Si el venció la muerte, nosotros unidos a él podemos vencerla… aquí y ahora. Unidos a Él podemos vencer nuestro pecado, nuestros vicios, nuestros defectos de carácter, nuestras faltas. Todo aquello que nos conduce a la muerte espiritual, ahora, unidos a Él puede ser vencido, pues el venció la muerte.
Estas 6 semanas (incluido el domingo anterior) quisiera hablar de las virtudes cristianas como la posibilidad de participar de la resurrección de Cristo aquí y ahora, como el camino de crecimiento y superación en la gracia, como el camino para hacer realidad el participar de la vida resucitada, como el camino para concretar la posibilidad de nuestra victoria sobre la muerte y el pecado.
El Domingo pasado fue la resurrección. Hoy la participación en la resurrección de Cristo y el regalo que Él nos hace de la gracia para cultivar las virtudes como superación y crecimiento en una vida de gracia. Los siguientes domingos veremos las cuatro virtudes cardinales: fortaleza, justicia, templanza y prudencia.
Para vivir esta nueva vida encontramos dificultades, los mismos discípulos la tuvieron. La dificultad la encontramos en nosotros mismos. La tradición siempre ha entendido este pasaje del Evangelio (Jn 20, 19-31) como el del envío de los doce, la institución del sacramento de la confesión, y sobre todo como el de Tomás el dudoso. Yo pienso: Como si sólo hubiera sido Tomás el que tuvo dudas… por lo que leemos en el Evangelio, todos, en un momento u otro dudaron.
Cuando pregunto ¿creemos que Jesús ha resucitado? Si, pero creemos intelectualmente. Mientras no aspire a la práctica constante de una vida de virtudes sostenida por la gracia, existencialmente aún no creo. Pues la resurrección de Cristo no es ajena a mí, sino que me vincula aquí y ahora. “Hemos resucitado en Cristo”.
Tomas es el prototipo de cualquiera de nosotros. Tomás tuvo dudas, como cualquiera de nosotros puede tenerlas. ¿quién no tiene dudas? ¿quién no se deja llevar por el pesimismo? ¿quién no ha experimentado alguna vez el verlo todo negro? ¿quién no se ha dejado llevar por el desorden, la apatía, el miedo, el bloqueo, etc.? el problema no son los defectos, sino la actitud que tomo delante de los defectos personales.
Todos acarreamos con defectos que están enraizados en nuestra carácter, y estas son las dificultades de que hablamos arriba. Levante la mano quien se considere perfecto! Tire la primera piedra quien no tenga pecado… pero el problema no son los defectos, sino que hago con los defectos de carácter. 
¿Qué significa la resurrección para nosotros? ¿Que significa participar de la resurrección de Cristo? Es la posibilidad de crecimiento, es poner toda la positividad en el hombre, es creer que el pecado no tiene la última palabra, que si Cristo venció la muerte, el hombre, por medio de su esfuerzo y la gracia puede ir superando y venciendo todo vicio, pecado, faltas, defectos, etc.
En el reino animal el águila es un bello ejemplo del cambio eficaz. A los 30 años su pico se deteriora y no puede alimentarse, las uñas se debilitan y no puede agarrar a la presa, sus plumas se vuelven tan pesadas que no puede volar. El águila está a punto de morir. Pero el águila cambia para no morir. Lija su pico hasta que cae, cuando crece un pico uno nuevo arranca las uñas y cuando salen las nuevas saca las plumas hasta que crecen otras livianas. Así vivirá hasta los 70 años. Decimos que el hombre es un animal de costumbres, y a veces el no cambiarlas le lleva al deterioro.
A Jesús no le importó la falta de fe, las dudas, o el pesimismo de Tomás. Jesús no le recriminó el que no creyese, Jesús vino a enseñarle una nueva actitud frente a la vida. “Tomás a partir de ahora has de ver tu vida con ojos nuevos, no puedes regirte como hasta ahora lo has hecho”; pero yo te voy a ayudar… dame tu mano, dame tu dedo… toma de la gracia.
Tomás cambió, de la duda, pasó a la fe, del miedo pasó a la perseverancia, de la prontitud a negar pasó a la prudencia de afirmar, etc. el deseo de Jesús para contigo y conmigo lo vemos en Tomás, Jesús busca regalarnos la gracia de convertir el defecto en virtud. Pero para cambiar cualquier defecto en virtud hace falta dos cosas: Primero, hay que estar dispuesto a cambiar, una de las cosas que todos nos resistimos; y segundo, hay que pedir la asistencia de la gracia divina de forma constante.
El catecismo de la Iglesia define la virtud como una disposición habitual y firme a hacer el bien. Dice, que permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de si misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas. Esto es participar de una vida resucitada.
Las virtudes humanas se adquieren mediante la educación, actos deliberados, y la perseverancia reanudada siempre en el esfuerzo, y concluye diciendo, que son purificadas y elevadas por la gracia divina, es decir, con la ayuda de Dios forjan el carácter y se hacen espontáneas en el hombre. Participar de la resurrección de Cristo implica esfuerzo y gracia. La voluntad nunca queda anulada, pero sin la voluntad la gracia poco puede. San Agustín dice: Quien te creó sin ti, no te salvará sin ti.
El hombre o crece y cambia, o muere. ¿Qué es una vida sin aprender algo nuevo, sin aspirar a mejorar, sin deseos de superarse, sin ganas de alcanzar metas nuevas? Esto es morir en vida, es no creer en la resurrección. 
La fe en el resucitado da fruto en nuestras vidas si es usada todos los días. Cristo ha resucitado, esta es la verdad de nuestra fe, y esta fe hay que aplicarla todos los días de nuestra vida.
Érase una vez un sacerdote y un fabricante de jabón que estaban dando un paseo. El fabricante de jabón le dijo: "Padre, ¿para qué sirve la religión? Mire la miseria y las guerras y el sufrimiento que hay en el mundo. Después de tantas oraciones, sermones y enseñanzas todo sigue igual. Si la religión es buena y verdadera, ¿por qué todo sigue igual?" Siguieron caminando y se encontraron con un niño todo sucio.
El sacerdote le dijo al fabricante de jabón: "Mire ese niño. Usted dice que el jabón limpia pero ese niño sigue estando sucio. ¿Para qué sirve el jabón?". El fabricante de jabón le contestó: "Padre, el jabón no puede evitar la suciedad a no ser que sea usado todos los días." Exacto replicó el sacerdote, exacto.

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