19 ene 2014

II Domingo Tiempo Ordinario (TO), REFLEXION Evangelio Semanal

Jesús, el Cordero de Dios
P. Luis Jose Tamayo

Estamos en el segundo domingo del tiempo ordinario. Domingos pasados hemos seguido los acontecimientos del comienzo de la Historia de Salvación: Primero el Adviento – tiempo de anuncio y preparación de la Navidad – (ya sabéis que el año litúrgico de la Iglesia da comienzo con el Adviento y no sigue el año natural del 1 de enero al 31 de diciembre), luego la Natividad de Jesús, el niño-Dios, y la adoración de los Reyes Magos. El domingo pasado, primer domingo del tiempo ordinario, celebramos el bautismo del Señor, y dimos comienzo a su vida pública.
A partir de ahora y todo el resto del año litúrgico será seguir los pasos de la vida de Jesús, comprender sus palabras y sus gestos, mirar como actuó, es decir, descubrir su amor incondicional por nosotros. San Pablo dice en una de sus cartas: Jesús “me amó y se entregó por mi”. Pablo llegó a captar que todo aquello que aconteció en la vida de Jesús era ‘por mi’. Por eso insistir en la importancia de seguir los pasos de Jesús a lo largo del año, para captar, comprender y penetrar en el misterio de su amor incondicional por cada hombre, y especialmente ‘por mi’.
El Evangelio de este segundo domingo (Juan 1, 29-34), Juan el Bautista, nos presenta a Jesús dándole el título de: “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”.  Este título al principio del año litúrgico y del Capítulo primero del Evangelio de San Juan nos habla de quien es Jesús –como si se tratara de los grandes titulares de una película–. Por poner un símil cercano a los jóvenes. Es como si Jesús tuviera que abrir un perfil en Facebook y tuviera que escoger una frase para su perfil que le definiera… Al comienzo del Evangelio (estamos en el capítulo 1º),
Juan nos pone ese titular: Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Con esto se nos está anunciando quien es Jesús, este título nos dice mucho de lo que será la vida de Jesús. El cordero es como el símbolo de la mansedumbre, de la bondad y de la paz. Lo vemos como un animalito indefenso. En efecto, “es tan manso como un cordero”, solemos decir con cierta frecuencia.  Aunque fue Juan Bautista el que aplica el nombre de “Cordero de Dios” a Jesucristo, nuestro Señor lo acoge igualmente.
Hemos de recordar que en el Antiguo Testamento, el profeta Isaías toma esta misma imagen en el famoso cuarto canto del Siervo de Yahvé, y augura que el Mesías será como un cordero que cargará con nuestras dolencias, morirá por los pecados del mundo y que no abrirá la boca para protestar, a pesar de todas las injurias e injusticias que se cometan contra él. El Siervo de Yahvé será manso e indefenso como un “cordero llevado al matadero” (Is 53, 7).
En el Nuevo Testamento, la tradición cristiana rescata la imagen del cordero, y ve en ella a Cristo mismo (así lo llama Pablo en 1Cor 5, 7). Vemos en Cristo, como en su pasión y muerte, él libremente carga con la ira, soberbia, violencia y pecado de toda la humanidad.
Para mi vida espiritual: ¿Qué quiere decir que Cristo como cordero quita el pecado, no ya del mundo, sino el mío propio? Jesús dócil y voluntariamente asume mis culpas, para liberarme de la carga del pecado, pues sabe que si yo me imputara los efectos de todas las faltas que pudiera cometer a lo largo de mi vida me destrozaría (humanamente no hay fuerza para cargar con la culpa emocional, psicológica, mental y espiritual). Por eso el sacramento de la confesión tiene un efecto curativo y liberador, más que el del psicológico, pues no es sólo el desahogarme, sino que el amor de Dios penetra hasta lo más hondo de mi ser y cura y libera al alma (cosa que ningún hombre, psicólogo o psiquiatra, puede hacer) y la restaura de la herida espiritual de la ruptura con Dios. Y todo por amor a mí.
Esto es lo que se anuncia de Jesús al principio del año litúrgico.

Finamente decir, que el Papa san Sergio I fue quien introdujo la expresión “Agnus Dei” en el rito de la Misa, justo antes de la Comunión. Y, desde entonces, todos los fieles cristianos recordamos en la eucaristía antes de comulgar las palabras del Bautista: “He ahí el Cordero de Dios (Agnus Dei), que quita el pecado del mundo”.

12 ene 2014

Bautismo del Señor, REFLEXION Evangelio Semanal

Mira como te mira
P. Luis J. Tamayo

Fue Jesús de Galilea al Jordán y se presento a Juan para que lo bautizara. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: «Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?» Jesús le respondió: «Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia.» Entonces le dejó. Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco.» (Mt 3, 13-17)

El Bautismo marca un salto cualitativo en la vida de Jesús. Hay un giro, un salto de la vida oculta a la vida publica. Hasta ahora han sido 30 años de vida oculta que poco se sabe. Hay algunos datos que dicen que Jesús vivía bajo la autoridad de sus padres, en familia en Nazareth. Una vida normal y sencilla.
Pero se da el acontecimiento de recibir el bautismo de Juan, y con ello Jesús es ungido por el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios. Es una experiencia profunda que Jesús hace como Hijo de Dios.
El cambio de vida, el salto cualitativo no surge de las bonitas palabras del Bautista, o del rito del bautismo de quedar sumergido en las aguas del Jordán.  Sino que lo que Jesús vive ahí es una experiencia personal y profunda del Espíritu Santo, saberse Hijo de Dios.
La Escritura es escueta en su lenguaje, el genero no pretende narrar una experiencia espiritual mística de forma poética, no es este el fin, sino que por medio de un lenguaje simbólico y sencillo el evangelista expresa la experiencia: se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”. Los discípulos tendrían noción de esta experiencia de mística por lo que Jesús mismo, más adelante, les debió de explicar.
Ahora que damos comienzo al nuevo año, es muy común empezar con el deseo de nuevos propósitos: año nuevo, vida nueva. Y nos marcamos el propósito de hacer un poco más de ejercicio, de dedicarle menos tiempo al ordenador, de salir más con la mujer, de ir con más frecuencia a los museos, de leer más libros, de perder unos kilos… al final son buenos propósitos, pero son más superficiales. Lo que de verdad va a marcar una experiencia de vida nueva es la conciencia de sabernos hijos de Dios, hijos en el Hijo. Esta experiencia ya se nos ha hecho accesible desde el día de nuestro bautismo, por medio del Espíritu Santo, somos hechos hijos en el Hijo, y por lo tanto el acceso directo al amor del Padre. El verdadero cambio es saberse muy amado, es saberse predilecto… desde aquí salen un modus vivendi, una forma de vida nueva que va más allá de la norma que muchas veces cansa. Personalizar la vida cristiana en una experiencia interior: sabernos hijos en el Hijo. Por medio del ES se nos abre la puerta… pero nosotros debemos entrar. Es don y tarea. Es gracia y voluntad. Es regalo y ejercicio. Es donación y esfuerzo.
Es una invitación a la oración, a la contemplación, a sacar ratos de silencio y de ponerse delante de Dios Padre y sentirse muy amado y predilecto.
Una amiga fue un año a Calcuta a hacer el voluntariado con la Madre Teresa, me contaba que fue recibida por la madre a una entrevista. Dice que cuando estaba delante de ella se sintió privilegiada, dice que parecía que la Madre, con todas las ocupaciones que tenía, había dejado todo de lado para prestar su absoluta atención a escucharla. Sintió una mirada privilegiada. Esta debiera ser nuestra oración, como diría santa Teresa de Ávila: “Mira como te mira”. 

29 dic 2013

Fiesta de la Sagrada Familia, REFLEXION Evangelio Semanal

La familia es Revelación del plan de Dios
P. Luis J. Tamayo

Hoy damos un paso más en este camino de la encarnación: Dios no sólo decide hacerse hombre, sino que escoge el seno de una familia para hacerse hombre.  Esto es lo que hoy celebramos, el hecho de que nació en el seno de una familia, y no sólo nació, sino que en ella creció, se educó y se formó.
Es admirable como todo un Dios creador del universo y de su orden, un Dios creador de las leyes que rigen la naturaleza, Dios mismo decide someterse a las leyes humanas.  No se salta el camino humano, sino que El mismo se somete y adopta los mismo caminos de cualquier hombre. ¿O a caso Dios no podía hacerse presente entre los hombre de otra forma más espectacular? A nosotros que tanto nos gustan las películas de súper héroes… cuando aparece el salvador envuelto en llamas, o un coche fantástico, o en una nave supersónica. Pero Cristo es nacido de mujer, Cristo nace en el seno de una familia, Cristo tiene un papa y una mama.
Es importante darse cuenta que Dios nada de lo que hace lo hace por casualidad o coincidencia… sino que Dios, en su sabiduría infinita, sabe bien lo que hace.  Dios escoge una familia no por casualidad sino por que a través de ella está marcando el plan de salvación para todo hombre. Con ello nos está queriendo decir lo vital y necesario del entorno de una familia para la salud de los niños.
Nuestro Dios que cuando asume su condición humana lo hace con todas las consecuencias, pues tuvo que crecer, madurar, desarrollarse, aprender.  Esto pocas veces lo pensamos pues si hoy celebramos la Navidad en dos semanas estamos ya celebrando el bautismo de Jesús en el Jordán, ya con 30 añitos.  ¿Y que pasó en esos 30 años? Jesús tuvo que aprender de sus padres a andar, a comer, a vestirse, la responsabilidad, un oficio.
Todas éstas son las etapas lógicas por las que tiene que atravesar todo niño cuando nace en el seno de una familia, es el proceso normal de crecimiento y aprendizaje hasta que se hace adulto y decide emanciparse.
Pero aún hay algo más que sus padres tuvieron que enseñar a Jesús; Jesús tuvo que aprender a orar, y así fue en la familia aprendió que era la oración, en la familia aprendió a amar los valores de la verdad, la honestidad, etc. en la familia empezó a entender el significado del Amor de Dios, en la familia aprendió a conocer el rostro de Dios como Padre. Esto es muy importante, es en la familia donde uno aprende lo que es la fe.

También, desde estas palabras, hago un homenaje al papel de los abuelos en la transmisión de la fe. Muchos padres se han alejado de la práctica religiosa y viven instalados  en la indiferencia. No rechazan la fe, pero tampoco les preocupa la educación religiosa de sus hijos. No les parece algo importante para su futuro. Bautizan a sus hijos, celebran su primera comunión, pero no les transmiten fe. En estos hogares son las abuelas las que están desempeñando muchas veces una labor de gran importancia dentro de su aparente humildad. Calladamente y de la forma más natural, van enseñando al nieto o a la nieta a rezar, lo llevan a la iglesia y, a su estilo y manera, le van explicando las «cosas más fundamentales» sobre Dios y Jesús. Ni ellas mismas se dan cuenta de que están despertando en el niño las primeras experiencias religiosas. 
Algunas van más lejos, y se preocupan de comprarles una «Biblia para niños» o libros adecuados para explicarles con detalle las parábolas de Jesús o el sentido de las fiestas cristianas. No siempre es una labor solitaria. Cuentan muchas veces con la «complicidad» del abuelo y el asentimiento agradecido de los padres que, en el fondo, saben que todo eso es bueno para el hijo.

En esta fiesta de la Sagrada Familia quiero alabar la actuación de estas mujeres. Tal vez un día, más de uno recuerde agradecido a la «abuela» que le habló de un Dios que nos ama sin fin o le contó alguna parábola.

25 dic 2013

Solemnidad de la Natividad del Señor

Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera participar de su divinidad
P. Luis J. Tamayo

La fiesta de la Navidad es la celebración de lo que para muchos niños se llama “el nacimiento del niño Jesús”, y para la Iglesia se conoce como el Misterio de la Encarnación. Nosotros, a la hora de preguntarnos ¿qué es el Misterio de la Encarnación? necesitamos un punto de partida desde el cual entender este gesto de Dios de hacerse hombre. El punto de partida es el Amor de Dios por la humanidad, por nosotros. Sólo desde el amor se entiende este gran misterio, sólo desde el amor se accede a comprender algo de esta decisión de Dios de habitar entre nosotros. San Juan en su Evangelio dirá esta expresión: Tanto amó Dios al mundo que nos dio a su único Hijo, se hizo hombre y acampó entre nosotros.
El Misterio de la Encarnación solo se puede entender desde el deseo de Dios, por puro amor, de estar cerca de los hombres, pues el Amor no se entiende sin el amado, el Amor necesita estar cerca del amado.  Dios ha necesitado estar cerca de los suyos. Esto es la encarnación. Un Dios que por puro amor ha querido estar junto al hombre. Así también nos lo explica la Palabra: Proverbios 8,31 “Mis delicias es estar con los hombres”; Jn 3,16 “Tanto amó Dios a los hombres que envió  a su único Hijo”.
La siguiente pregunta que uno se puede hacer es: ¿por qué Dios decide hacerse hombre? La Iglesia nos enseña a decir que fue “por nosotros y por nuestra salvación”…
Pero esto es lo que nos cuesta entender, ¿cómo todo un Dios puede salvarnos naciendo en medio del “estiércol” o de tanta pobreza?. Pues hoy día nuestros pesebres están creados con elementos decorativos, pero la realidad es que un pesebre está lleno de estiércol, pajas, frío, suciedad. Ahí es donde Dios, en su sabiduría infinita, ha decidido nacer, ¿cómo, entonces, Dios puede salvarnos naciendo en el estiércol?
Para responder a esta pregunta os quiero contar algo que nos puede ayudar a comprender: Estos días previos a la Navidad he estado confesando muchas horas, muchas personas han venido al sacramento de la confesión. Pensar en ello, me ha ayudado tanto a descubrir que justamente es en medio de ese corazón herido, frágil, roto, incoherente, con pecado, donde Dios quiere nacer. Dios no se escandaliza de nosotros, sino que es justamente ahí, en medio de un corazón lleno de “estiércol” donde quiere nacer, donde quiere estar presente.
La salvación hay que entenderla no sólo después de la muerte, sino en el aquí y en el ahora, por eso, Dios al hacerse hombre se revistió de nuestra propia carne y tomo consigo nuestras propias limitaciones. Cristo viene a decirnos con la encarnación: esa pobreza que muchas veces tu no quieres, que muchas veces nos pesa, esas limitaciones de tu propia humanidad… no te asustes, pues El viene a asumirlas para que no tengamos miedo de sentir la fragilidad, las inconsistencias y limitaciones. Dios quiere abrazar tu corazón pobre, frágil y débil.
Profesamos en el credo que Dios es verdadero Dios y verdadero hombre, y haciéndose verdaderamente hombre, quiso asumir libremente lo que nosotros muchas veces quisiéramos quitarnos de encima, el peso de nuestra humanidad. Si Cristo asumió nuestra humanidad era para decirnos que es El no se escandaliza, sino que la abraza hasta el fondo.

Pero la otra parte del mensaje de la Encarnación es que Dios tomando consigo nuestra humanidad haciéndose hombre en Jesús, vino a elevarla a la máxima dignidad! Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera participar de su divinidad. La divinidad asumió la humanidad, para que esta alcanzara la misma divinidad. El hombre ha sido creado para reflejar en su humanidad la máxima dignidad, que no es otra más que el amor de Dios.  Pues, ¿no es de una extraordinaria dignidad que una madre día tras día dedique su vida al cuidado de su familia? ¿no es de una gran nobleza que in papa madrugue cada día para llevar el pan a casa? ¿no es de una gran bondad la humildad cuando pedimos perdón? Esa es la gran dignidad a la que Dios nos ha elevado por gracia de su encarnación.