23 oct 2010

REFLEXION Evangelio Semanal - DOMUND

HAY MAS ALEGRIA EN DAR QUE EN RECIBIR
P. Luis J. Tamayo

En la fiesta del Domund celebramos la dimensión misionera y universal de la Iglesia. La Iglesia existe tanto en cuanto para anunciar el evangelio de Cristo y el amor de Dios.  La Iglesia o es misionera o no tiene razón de existir; la Iglesia no tiene sentido en estar encerrada en si misma, sino que cobra todo su sentido en la apertura a los demás, en el salir de si misma y en el llegar a los otros, incluso a los de más allá.  Esto es lo mismo para todos los cristianos, pues la Iglesia somos los cristianos. Es decir, el cristiano o es misionero o no tiene razón de existir, el cristiano no tiene sentido encerrado en si mismo, sino la vocación cristiana cobra todo su sentido en la apertura a los demás, en el deseo de llegar a otros, en salir de si mismo para el servicio a la comunidad.

La fiesta del Domund es un golpe muy duro a nuestra sociedad individualista y egoísta. El mensaje es claro: Jamás encontrarás un sentido a la vida sino es en la apertura y entrega a los demás.

Hace unos años, al llegar de Filipinas hablaba con uno de mis amigos del colegio, le preguntaba si veía a los demás amigos de la pandilla. Me dice: “Un día llamé a los amigos y les dije de quedar e ir al campo con los niños. Uno que sólo le apetecía quedarse en casa, el otro que vive lejos y que es una aventura, el otro que no tiene tiempo, etc.” Me dice: “Al final me desanimé, y no es que Madrid es una ciudad muy grande, es que nos hemos hecho muy cómodos.”

Cristo, a nosotros nos debiera abrir el horizonte de nuestra vida, nos debiera abrir el corazón a una anchura ilimitada, pues es verdad, si uno se descuida nuestro egoísmo, normalmente, tiende a hacer de nuestras vidas un circulo cada vez más pequeño, hasta hacer de nuestra existencia un circulo casi asfixiante. La fiesta del domund nos recuerda que todos los cristianos por el bautismo somos para los demás, existimos para dar sentido al mundo, nuestra vida cobra mayor sentido y alegría en la medida que nos damos a los otros, la felicidad máxima la encontramos en salir de nuestro pequeño circulo para abrirnos a los otros.

La fiesta del Domund nos subraya el convencimiento de que la propuesta cristiana es la MEJOR, puesto que tenemos a Cristo, que es lo único que responde al corazón del hombre.

Te has parado a pensar: ¿Cómo me sitúo frente a este mundo, frente a la sociedad? ¿Qué puedo aportar a este barrio, a mi parroquia? ¿te has planteado que tu existes para algo más que tu trabajo, pagar una hipoteca, y hacer de chofer llevando a los hijos al tenis, al golf y al judo? ¿En torno a que gira tu vida? Todo esto está fenomenal, pero si al final sólo es eso para lo único que vivo… ¿No te parece pobre? ¿En torno a qué gira la vida de tu familia?  Tu vocación como cristiano te da la respuesta: tienes un papel vital en la sociedad, en la Iglesia, en la parroquia.

Cuantos testimonios puedo ver en personas de esta parroquia que buscan dar ese sentido generoso a su vida de cristiano: el grupo de catequistas de la parroquia o de monitores de scouts son un testimonio de generosidad. En el grupo de jóvenes, el otro día uno dijo: “después de todo lo que he recibido, ahora me toca dar a los demás”. Esta semana un miembro de la Junta parroquial: “estoy aquí para devolverle a la Iglesia todo lo que hemos recibido de ella.” Escuchar todo esto es una alegría… Uno podría decirle al estudiante o al profesional adulto: pero si tienes que estudiar, si tienes exámenes…; pero si eres tienes un trabajo que te absorbe el tiempo, tienes una familia a que atender… ¿de donde sacas el tiempo? La verdad es que cuando uno se da, Dios te multiplica la capacidad. Pero cuando uno se encierra en si mismo, uno se asfixia con una sola gota.

¡Qué grande cuando uno da un paso a delante en su vida y se hace un cristiano maduro! ¡Basta ya de sólo recibir! Ahora me toca responder a Dios y dar a los demás!

Yo soy testigo de haber visto la alegría más grande en los ojos de unas personas que desde su generosidad lo dieron todo. Estando en Filipinas, una familia muy pobre me invitó a visitarles. Cuando llegué y después de conversar con todos, veo que sale un niño a la calle, la madre se mete en la cocina, la hija arregla la mesa… y el padre se queda conmigo charlando. Me doy cuenta que todos están pendientes de mi. De repente veo que me están sirviendo: el chaval, me pone la cocacola que salió a comprar; la hija, me pone una servilleta de papel en la mesa; la mamá, un plato de arroz con un trozo de carne, el papá me sigue dando conversación.  Yo ya estaba servido cuando me doy cuenta que lo que me habían ofrecido era todo lo que tenían para cenar esa noche. Todos me miraban con una cara de alegría y satisfacción increíble. Yo lo tenía todo, ellos tenían nada. No podía rechazarlo, sería una ofensa. Miraba fijamente al papa y a la mamá y sólo hacían que mirarme con unos ojos brillantes y felices. Lo habían dado todo a un amigo. Sólo cuando me puse el primer bocado en la boca vi que ellos se quedaron satisfechos. Cuando marché de la casa, salía con el corazón lleno, me había experimentado muy amado. Ellos quedaron felices al darlo todo. Al principio no lo entendía: se quedaron sin cena para dármela a mi. Más tarde lo entendí: ellos, en mi, le estaban devolviendo a Dios todo lo que de él habían recibido. Yo me quedé con la pregunta… Y yo ¿qué le doy a la Iglesia? ¿qué le doy a los demás?

El Evangelio es claro y su mensaje fulminante: No hay más alegría que el que se da a los demás por amor a Cristo. 

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