18 feb 2012

REFLEXION Evangelio Domingo VII

Una mirada profunda al corazón (P. Luis J. Tamayo)

Marcos 2, 1-12 2: “Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no podían meterlo, por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: - «Hijo, tus pecados quedan perdonados.» Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros: - «¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios?» Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo: «¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico "tus pecados quedan perdonados" o decirle "levántate, coge la camilla y echa a andar"? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados ... » Entonces le dijo al paralítico: - «Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa.» Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios”

Cuenta el evangelio de hoy: Viendo la fe que tenían… Jesús, al ver la fe, va primero a demostrar otro tipo de curación con el paralítico, una sanación más profunda, la que sólo se entiende desde la fe, la que sólo alcanza al corazón y sólo desde el espíritu se puede captar.

Pero viendo la incredulidad del otro público, Jesús pregunta: ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico "tus pecados quedan perdonados" o decirle "levántate, coge la camilla y echa a andar"?

Para nuestra mente pragmática y que busca hechos concretos, es más fácil decir que tus pecados quedan perdonados… es más fácil por que no se ven los efectos de forma inmediata. Puedes decir eso, y no hay pruebas externas fehacientes de que ha pasado en el corazón del perdonado… la persona no saca humo por la nariz, sus vestiduras no cambian de color, las orejas no se le mueven y su cuerpo no se eleva. Pero decirle a un paralítico: “levántate y echa a andar” es muy arriesgado, sería bastante más difícil, puesto que seguida la orden debiera darse el efecto de ponerse a andar… estaríamos todos a la espera de ver cual es la acción seguida del paralítico.

Esto nos habla de que somos hijos de un mundo pragmático en el que nuestra mente sólo cree en lo tangible y visible. Sólo llegamos a creer en lo que vemos, y nos cuesta creer en aquello que no vemos. Ya se lo decía Jesús a Tomás: “dichoso el que cree sin ver”. Somos así, que vamos a hacer… necesitamos de pruebas fehacientes para poder creer en la acción salvífica de Dios. Por eso hemos perdido el valor del sacramento de la reconciliación (confesión de los pecados) por que su acción salvífica se produce en lo más recóndito de nuestro corazón donde no vemos su curación o sanación… O sí!!... o si podemos ver externamente los efectos de la reconciliación del corazón.

Esta historia es real, y como ésta todos hemos oído muchas otras. El papa de una amiga me pide que me acerque al hospital pues su hermano está con cáncer terminal y a punto de morir. Me pide que me acerque, pero me advierte que hace 50 años renegó de su fe y no está abierto a nada de la Iglesia. No ha pedido confesión ni nada… Yo, no corto ni perezoso, acojo el reto. Al llegar a la habitación, me encuentro a un hombre en la cama demacrado y enganchado a tubos y cables. Me mira con cara de desprecio y le mira a su hermano como diciendo que me traes… Me mira de nuevo y me dice: “Yo no he pedido que usted esté aquí”. Yo sonrío y le respondo lo mismo: “Yo tampoco he pedido estar aquí… me lo han pedido”, y miro a su hermano y a la mujer del enfermo. A os dos minutos, el señor que me trae, coge a la mujer del enfermo y dice: nos vamos a tomar un café, estamos agotados, y salen del dormitorio. Me veo con este hombre cara a cara. Cojo una silla me siento delante de él y le pregunto que qué tal está. Me contesta que no quiere confesarse. Yo le respondo que no era mi pretensión (por debajo cruzo los dedos). Empezamos a hablar y poco a poco le hago preguntas y empieza a sacar cosas de su vida… llevábamos 45 minutos cuando empieza a llorar después de hablar de cosas de las que se arrepentía. Finalmente se seca las lágrimas y le digo: si quieres te doy la absolución, todo esto ha sido una confesión. Dios en su amor infinito quiere abrazarte ahora. Me mira y asiente con la cabeza. Le doy la absolución e imploro a Dios su perdón. Este hombre se reincorpora en la cama y me sonríe. Entonces viendo su acogida le digo: “Si quieres te doy la unción de enfermos”, y le expliqué en que consiste.

Al momento entra su hermano acompañado de la mujer del enfermo. Le mira y exclama (textualmente): “Pero hombre! ¿qué te ha pasado? Tienes otra cara, irradias como luz”. Entonces les pedí que me acompañaran en la oración para ungirle con los santos oleos… Oramos juntos, nos cogimos de la mano, rezamos el Padre Nuestro, pedimos por la familia, se dieron la paz con un abrazo profundo… Al cabo de un rato marchaba dando gracias a Dios por este milagro. ¿No son éstos gestos que hablan de una transformación? Un corazón que está sanado por dentro irradia luz y tiene gestos hacia fuera que hablan de que algo nuevo está aconteciendo en el interior. Si que podemos ver externamente los efectos de la reconciliación del corazón.

Volviendo a la pregunta: ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico "tus pecados quedan perdonados" o decirle "levántate, coge la camilla y echa a andar"? La respuesta es que para Dios nada hay imposible.

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