30 sept 2013

XVI TO, REFLEXION Evangelio Semanal


Abrimos puentes desde el amor

Lucas 16, 19-31: En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico y lo enterraron. Y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno, y gritó: Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.
Pero Abrahán le contestó: Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida y Lázaro a su vez males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.

Muchas personas en nuestro tiempo sufren mucho por culpa de el endurecimiento de corazón que padecemos. La distancia entre los hombres no es la física, sino que las barreras están dentro del corazón.
Ya ocurría en tiempo de Jesús. Y para denunciarlo Jesús dijo una parábola que les dejó sorprendidos: Un hombre rico vivía espléndidamente : comía, bebía, vestía y disfrutaba mucho. A su puerta, un mendigo llamado Lázaro, lleno de llagas y heridas, estaba muerto de hambre, y nadie le hacía caso. Se murieron los dos. Lázaro fue llevado al cielo, a la vida. El hombre rico fue al infierno, a la muerte. Quedaron separados por una distancia enorme, insuperable: la misma que, durante la vida, había entre ellos por la insensibilidad y la dureza de corazón de aquel hombre cegado por los lujos y grandezas.
El egoísmo y la insensibilidad hacia los demás es lo que crea una barrera y una distancia insalvable entre los hombres.
Esta es una parábola que nos invita también a reflexionar sobre la riqueza que tenemos los cristianos con el don de la fe, y tantas otras personas que no disfrutan del amor de Dios. nos vemos en la obligación de compartirlo, pues hay gente con verdadera necesidad del amor de Dios.
Tenemos la esperanza que sólo desde la humildad y pidiendo a Dios alcanzamos a superar estas barreras que nos separan… otros no querrán amar, no nos hacemos responsables de ellos ni de sus decisiones. Nosotros que buscamos vivir como verdaderos cristianos dejamos la puerta siempre abierta, abrimos lazos, creamos puentes.

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