10 sept 2013

XXIII Domingo TO. REFLEXION Evangelio Semanal,


Él es la Fuente
(P. Luis J. Tamayo)


Lucas 14, 25-33: En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, sí echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar." O ¿qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.»

Jesús, en este Evangelio pone el listón de la vida cristiana muy alto. Como diciendo: “Mira, a ver hasta donde quieres llegar. Mide tus fuerzas, se honesto contigo mismo, calcula, y decide cómo quieres amar.
Jesús les dijo: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Son palabras muy duras que parecen que ponen a Dios en oposición a madre, padre, mujer, esposo e hijos. Pero, no es lo uno o lo otro; sino que Jesús, detrás de estas palabras, lo que plantea es la siguiente pregunta: “Tú, ¿cómo quieres amar a los tuyos?. Si los quieres amar de verdad, con verdadero amor, lo que te planteo es que pongas primero el amor a Dios, y desde El amarás bien a los tuyos, y no al revés.”
A lo largo de las relaciones que vivimos todos, en ellas nos descubrimos: reconocemos egoísmos, orgullos, envidias, falta de paciencia, falta de honestidad, ira, hostilidad, murmuración, etc. Esto es lo que viene del hombre, puesto que nuestro amor es limitado. No somos la fuente del verdadero amor.
El amor de Dios es, según dirá san Pablo (1 Corintios 13:4-7) El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
Por eso Jesús nos pide, si de verdad quieres bien amar a los tuyos, pon primero el amor a Dios en tu corazón, arrímate a Él, búscalo lo primero en tu día. Tenemos que admitir que no somos la fuente, la única Fuente es Él, y para bien amar, necesitamos acercarnos a la Fuente y beber de Él.
Jesús continúa diciendo: ¿Quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, sí echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar." Planteado en nuestro lenguaje: Quién de vosotros, si quiere construir una buena familia, o unas relaciones de verdadera amistad, se ha parado y ha calculado ¿cómo lo quiero construir? Calcula lo que quieres, no vaya a ser que quieras la meta más alta, pero no lo consigas por falta de medios, y al final te pase lo que dice Jesús: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar."
Todo el mundo quiere una familia llena de harmonía y de bondad, donde halla poco de rudeza, egoísmo, maldad o rencor. Pero luego pocos son los que de verdad ponen los medios: la oración, la reconciliación, la eucaristía o la unión a la Virgen. Tenemos que darnos cuenta que de buenas intenciones no vivimos. La realidad es que no se puede dar lo que no se tiene.
Párate y mira a ver que fuerzas tienes, no vaya a ser que al final tu vida cristiana sea “algo más de lo mismo”… un seguimiento hecho a tu medida, es decir, yo soy quien marca las pautas, y no dejo que Dios me sorprenda, me guíe, o me conduzca a través de las oportunidades. Si lo tengo ya todo programado y calculado ¿Cómo puede Dios sorprenderme con su voluntad?
Es lo que pasó en la parábola del buen samaritano al levita y al sacerdote, que tenían sus programas ya hechos, y yendo de camino con sus planes, no había cabida a que Dios les sorprendiera en la necesidad del herido. Sin embargo el buen samaritano, abierto y generoso, en su camino, le salió al encuentro la necesidad del herido y ahí descubrió que Dios le llamaba. Y como dice el Evangelio, dejó su camino y sus planes para salir al encuentro del Dios que le llamaba.
Pregúntate hoy: ¿cómo pondría a Dios primero en mi vida antes que mis padres, cónyuge e hijos? 

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